15 junio, 2011

EL PUEBLO DE LAS OLLAS. (Página nº2).

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En estas ciudades es muy fácil hacer comercio. No necesitas dinero, sólo especias. Cambias lo que tienes por lo que necesitas, el arte está en el regateo, en darle valor a lo tuyo y menospreciar lo que te ofrecen a cambio.

Yo ya programé la fecha de mi muerte, por eso sé que hoy no moriré. Joaquín piensa que aquí se termina todo, pero yo sé que no. Puedo ver el miedo en el gesto blanquecino de Joaquín. Yo por fin voy a utilizar la correa. Imaginé y soñé cada uno de mis días cuando mi padre me habló de que podía suceder. Jamás el camión se detuvo nunca en la niebla, en todo su espesor. Joaquín tiene la cabeza apoyada en el volante con las manos en las piernas. Piensa y piensa, estoy seguro, cual fue el instante justo que se desvió de la ruta. Tengo una correa de paseo de perro, especial, pedida a mano, cosa casi imposible en estos días, que alguien te fabrique algo personal, de tu exigencia. Esta correa era tan liviana, contenía un rollo de sedal de cien metros de largo, anclado al asiento de copiloto (lugar que ocupo en la cabina del camión). Me coloco el arnés en la cintura, anudo, fijo, aseguro el cabo del carrete de sedal al mosquetón del cierre y me dispongo a bajar. ¿Vas a bajar? Me pregunta Joaquín. Sí. Respondo yo, y comienzo a descender. Joaquín sabe que yo desee este momento. Él me vio adaptar el carrete bajo mi asiento para cuando llegase el día, por la duda dije yo. El momento ha llegado. El Olvido. He estado en El Olvido, pero seguro de donde estaba. Treinta y cinco pasos, ni uno más. Desde que comienzas a penetrar en la niebla hasta que toda luz se disipa en su espesura, treinta y cinco pasos. Jamás he llegado a dar en la niebla más de treinta y ocho pasos. Ahora iba a caminar cien metros, con la seguridad de estar atado a un cabo. Estar en el Olvido, dentro de esa intensa niebla, es como estar bajo un tremendo aguacero pero con el cielo a un milímetro de ti. Tan cerca que no se llega a formar gota para mojarte. Creí que no conseguiría encender el puro que también guardé para la ocasión. Hace tiempo también adquirí un encendedor con la potencia de un soplete, más que gas azul es pura resistencia electrónica. Alargando el brazo, no consigo ver el punto rojo incandescente que desprende el encendedor, frente mis ojos, puedo adivinar la punta del puro. Lo prendo. Sé que lo prendí porque puedo notar el humo llenar mis pulmones y su amargo sabor llenando mi paladar. El puro al separarlo de mi boca, se apaga y debo encenderlo en cada calada.


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