26 marzo, 2011

TRE CUENTO ESTO Y YA.

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ROMERO, ROMERO, ROMERO


Sentado mirando al techo estaba pensando cómo avanzar con el personaje de mi última novela “Brasas en papel de diario”. Este personaje es una mujer madura, en uno de esos días influenciados por la luna, plena de pensamientos negativos sobre si esa sería su última menstruación antes de la menopausia. Cansada sobre la cama, mirándose tumbada frente al espejo, observándose los lunares y las cicatrices de su cuerpo mientras recuerda caricias.

Últimas líneas escritas.

Sus manos son ya muy distintas a las manos que recuerda, comienzan a vérsele las venas, cada día se ve más pecas. Recorre con la mirada la habitación reparando en cada detalle que la suma, los ordena por épocas, contempla el camino andado, calcula desde los nueve años hasta los cuarenta y ocho que tiene: Su caballito verde de natación, su bola de golf de su primer diez y ocho, su orla universitaria (fila cuatro columna siete), una flor seca como punto de libro dormida entre las páginas de la novela “Cuarto de chorizo en papel de periódico” de Ángel Abajo, Premio Planeta de ese año, treinta y dos edición. Prende incienso, un delgado hilo de humo cae hacia arriba impregnando con su aroma todo el ambiente. Las doce del medio día. La ventana cerrada, la persiana bajada, las cortinas echadas. La lámpara de lectura prendida en la cabecera de la cama, bajo el cuadro “Otra primavera” de Oscar Bermudez2015.


Decido salir de casa, perderme por el bosque de La Alhambra, buscando inspiración en el rumor de sus aguas. Permanezco quieto, escuchándome y escuchando. Escucho animales para los cuales paso desapercibido, pequeños roedores, pájaros y reptiles que se acercan al arroyo a beber agua, percibo la hoja cansada cuando se suelta del árbol y se deja caer, el viento que la acompaña hasta posarla en el suelo. El caminar de las sombras conforme el sol avanza como la tarde. El sonido de mi corazón en sístole y diástole, mi respiración, el peso de mi cuerpo sobre el suelo, los puntos que apoyo, en los que me apoyo, donde me apoyo. Pienso en mi personaje, en la mujer, aún no le he puesto nombre. Debería ponerle nombre. Pienso en nombres de mujer, primero se me ocurren nombres que Ella hubiera elegido de haber podido decidir; Raquel, Rosario, Margarita, África, Amancay. Nombres que sus padres le hubieran puesto; María, Cristina, Carmen, Leonor, Encarnación. Pienso en mujeres, no dejo de pensar en mujeres, abro los ojos, una hoja arrastra la corriente, tengo una erección. Sigo pensando en mujeres, no puedo dejar de pensar en mujeres, en todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi vida, curiosamente mujeres con las que he tenido y no he tenido relaciones sexuales, pero la erección no cae, sigue erguida, como un pájaro atrapado intentando salir del pantalón reventando la cremallera. La libero, comienzo a masturbarme, cierro los ojos, olvido que estoy en el bosque de La Alhambra e imagino que estoy entre todas esas mujeres que visualizo en imágenes perfectas. Termino recibiendo el semen sobre la palma de mi mano derecha, recupero la respiración. Quiero limpiarme la mano en el fresco arroyo que corre. Alguien viene, ¿Quién puede ser a estas horas, por estos lugares? Es una gitana, viene buscando romero que luego venderá a los turistas que visitan La Alhambra. Escondo rápidamente mis vergüenzas, subo mi cremallera, cierro mi mano escondiendo el semen, salgo corriendo, huyendo hacia mi casa. Quiero llegar a la fuente que hay más abajo, justo antes de llegar a casa. Se me acerca, ella se me acerca, la gitana se me acerca y me invade, ¿quiere venderme romero, o peor, me querrá leer las líneas de la mano? Huyo, la miro desafiante, ella me cierra el paso, me frena, me atrapa. Romero pa que se vaya lo malo y entre lo bueno. Me dice la gitana. No. Contesto yo. Me agarra por el brazo, me gira, se pone en frente mía, guardándose el romero en un bolsillo del delantal, me agarra la mano derecha, me la abre y se dispone a leerme mi futuro. Cuando descubre lo que llena mi mano ya es tarde, se lo ha llevado entero con su mano al abrir la mía. Ahora mi semen lo tiene ella, en su mano. Descubre qué es esa viscosidad por el rubor de mi cara. Me pega una bofetada, me insulta y me maldice. Jamás en tu vida se te va a poner dura esa carne. Me dice la gitana a gritos mientras se limpia mi semen de su mano sobre mi camiseta, sobre mi pecho.

De esto hace ya más de diez años. Desde aquel día no he vuelto a tener una erección en mi vida. He probado todos los remedios que pude y a mi alcance estuvieron. Sólo consigo la erección en el Bosque de La Alhambra, con el rumor de sus aguas. Aún no terminé la novela “Brasas en papel de diario”, ni he vuelto a escribir una palabra, sólo: romero, romero, romero, romero, romero, pa que se vaya lo malo y entre lo bueno, romero, romero, romero…





HOMENAG


- ¡Hola! ¿Es el enemigo? Mire que le llamo de enfrente. Sí, el mismo que viste y calza. Mire le explico. Que como ya llegamos a un acuerdo de no madrugar, les comunico, que nos despiertan al gallo y se nos pone a cantar, y los jóvenes confunden los cantos con diana y se nos ponen a disparar. Que proponíamos… que nos observen a nosotros. Que vamos con calma, la mañanita ya entrada, café tostada y siesta, y… a… luego de la siesta, si llega la tarde y nada, tranquilos, contemplad el atardecer. Puede que llegue la noche y no hayamos pegao ni un tiro. Pos eso que nos hemos ahorrao. Y mañana… hoy paz y mañana gloria. Prometemos quedar agradecidos. Tengan ustedes un buen día.





COMUNICACIÓN

Cuando todo se acabe, cuando ya no quede nada, habrá un móvil tirado en el suelo, con batería suficiente como para mantenerse activo en la eternidad.

El viento sopla, quizá provocado por el derrumbe de algún edificio que dejó de aguantar erguido, porque no pudo soportar más. Ya no queda nada más que frene al viento, donde el aire roce, los edificios, sólo quedan edificios. El viento sopla en estampida, el aire irrumpe, penetra en la casa rompiendo el cristal de una ventana. La cortina se estremece, quiere huir y no puede, está prendida a una barra de acero fijada a la pared, termina por desprenderse en jirones y pedazos. Uno de esos pedazos al viento, derriba un portafotos, el portafotos un vaso, el vaso gira por la superficie de madera hasta caer al suelo; sobre el móvil que respira, se precipita y golpea la tecla de llamada, se activa intentando comunicarse con el último número marcado.

Llamando.

Lejos, muy lejos, por no citar ningún lugar, por qué debiera de citar la lejanía o el nombre, ¿hubiera cambiado algo los sucesos que acontecen si se hubieran dado a menos de un paso, en la habitación de al lado, en un cuarto de baño con pestillo echado? No. Lejos, muy lejos, otro celular recibe la llamada, comienza a vibrar, a moverse, desplazarse del lugar. Baja las escaleras, peldaño por peldaño; unas veces de cara otras de cruz. En el último peldaño se detiene completo, aún brilla la luz en su pantalla. Ahora se apaga.

Una acción habilitada en el procesador del primer móvil, vuelve a intentar una segunda llamada por no obtener respuesta en la primera llamada, y así estará hasta obtener respuesta, como los desesperados. La pantalla del celular que quedó en el último peldaño se ilumina, llamada entrante, vibra y cae. Sale al zaguán de la casa por una puerta abierta, choca con el embellecedor metálico de la pata de una mesa alta, se activa. Responder. La línea queda abierta. No se escucha más que el viento entrando como por su casa.

Cuando ya no quede nada, quedará el viento de los lugares, hablando vía móvil con el viento de los otros lugares, contándose sus cosas y sus quehaceres. Otros móviles mundiales vivirían historias similares, parecidas; activarán conversaciones antiguas. Cienes y miles de últimas llamadas, aparatos de energía inagotable. ¿Quiere decir esto que siempre hubo amor? El Amor ha sido energía siempre. Eternos mantendrá a móviles activos y vientos en movimiento.




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