18 febrero, 2011

TERROR A PLACER

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Los espíritus que habitaban aquella casa no esperaban los días pares para sacarse las cadenas o las sábanas y entregarse así al placer, ni que la luna llena luciera plena y rubia en el cielo para sucumbir al deseo comunal, no les importa que sea viernes y trece, o si la alineación de los astros esta sobre la línea oscura para volatilizarse y mezclarse los unos con los otros; cada día a cualquier hora, los condenados a la peregrinación eterna que moraban aquella estancia yacían en orgías y desenfrenos, vicios y libertinaje, excesos y licencias.

La armadura del pasillo superior perteneciente al templario San Utiel, obscenamente se frota contra la imagen en el lienzo de la Señorita Mikaela Rodín, retratada a los doce años de edad y muerta a los catorce, estrangulada por las manos de su padre. Ludovico Ramplón, siervo del señor que habitaba esta casa allá por el siglo XV, ahorcado en la viga traviesa del comedor principal, corre por los pasillos en desenfreno levantando las faldas, enaguas y visillos de Arganda Flores de Castro, asesinada y envenenada por su propio marido cuando este descubrió su infidelidad con el Marqués de Hernia en el 1567, y como estos, otros tantos ánimos o alientos pululan eternos por la ,mansión, fornican a placer entre gritos, gemidos, llantos y estrépitos; todos contra todos en cualquier momento que se les antoja. Pero eso sí, al menos una vez al año, cada invierno, celebran una fiesta en memoria del calor de la carne y el correr de la sangre, la llaman la Fiesta de los Vivos.

El excelso dominador de todos estos eternos errantes es el Conde Vanme Piro Catafalco, último chupa-sangre de todos los tiempos, y el más antiguo que jamás existió. Es quién propone los juegos más macabros y perversos, somete al placer más extremo e iracundo que nadie, vivo o muerto, pueda soportar. Todos aceptan sus vejaciones, presos del yugo de sus deseos todos le procesan sus vicios, inmoralidades y depravaciones por y para su placer.

El sol estaba tan alto que ya sólo le quedaba caer, un segundo después golpean la puerta. Son tres estudiantes de biología que visitan el lugar, hacen un estudio de especies endógenas del lugar que jamás nunca se ha realizado. El lugar es llamativo por su gran número de flores, sobre todo porque sobreviven estoicas al crudo invierno. Estudian sus formas de polinizarse en condiciones geográficas y climatológicas tan extremas. Los recibe en el zaguán de la mansión el Conde Vanme Piro Catafalco. Buscan un refugio por la tormenta de nieve que se avecina, prometen irse cuando pase la tormenta, el Conde Vanme Piro Catafalco ríe escandalosamente al oír estas palabras. Les invita a pasar, les muestra donde está el salón, ellos se sientan muy educadamente a la mesa. Permanecen solos unos minutos. El Conde Vanme Piro Catafalco, pide perdón por la falta de servicio, alega que al no esperar vivitas por estos días invernales, concede vacaciones al servicio, por eso que está sólo en la casa y tarda un poco en servir merienda para tres; les invita a levantarse y acompañarle hasta la cocina. Ha preparado todo, huevos fritos, chistorra, jamón cocido, jamón curado, frutas de todos los colores, pan caliente, pan tostado, el más verde de los aceites, ajo blanco, pimienta, manteca, leche y té. Ya estoy viejo para estar dando viajes de la cocina al salón, y como ustedes son jóvenes lo enteran. –Dice el Conde Vanme Piro Catafalco mientras camina a la cocina. Los jóvenes lo siguen de cerca, le preguntan sobre las flores de su jardín. El Conde Vanme Piro Catafalco desvía la pregunta interesándose por sus nombres y ocupaciones.

La tormenta no cesa y la noche comienza a caer despacio pero incesante. El Conde Vanme Piro Catafalco, observa la cara de preocupación de los jóvenes porque la tormenta no cesa, y la noche ya es cerrada, oscura. Los tranquiliza, pide compañía para un viejo sólo en una casa tan grande, y los invita a pasar la noche en la mansión. Cada uno tendrá su propia habitación, con su propio cuarto de baño y con agua caliente. La cena y el desayuno ya se lo preparan ustedes cuando gusten, la cocina está a su disposición, todo cuanto en ella encuentren lo pueden comer. Igual que la casa, hay biblioteca, pueden poner música, y tomar del bar cuanto gusten ustedes. –Así terminó de hablar el Conde Vanme Piro Catafalco-. Les muestra sus habitaciones y marcha.

Dejan sus cosas y quedan en la cocina. Sacan sus anotaciones, las comparten, discuten y acuerdan. Ella se levanta, su curiosidad por conocer el nombre de la flor blanca de bordes azulados que el Conde Vanme Piro Catafalco tiene en la entrada, le hace levantar para buscar al Conde Vanme Piro Catafalco y preguntarle por ella. Uno de los chicos pide acompañarla, el tercer chico queda sólo en la cocina. Los dos chicos comienzan a llamar al Conde Vanme Piro Catafalco, piensan que la mansión no es tan grande y este los oirá, pero no obtienen respuesta. El chicho que queda sólo en la cocina, parece ver como su compañero le pide que le acompañe, este se levanta y le sigue, sigue a un cuerpo de espaldas. Suben al segundo piso y entran en una habitación. En la habitación sólo hay un potro de tortura en el centro. El chicho, al entrar a la habitación ieguiendo de su compañero, recibe un fuerte golpe en la cabeza que lo aturde, cuando despierta se siente atado en el potro de tortura, amordazado, preso de pies y manos, pero no puede ver nada porque todo está a oscuras. Siente en su piel el viento moverse, como si alguien pasara rápido muy cerca de él. Los dos chicos siguen buscando al Conde Vanme Piro Catafalco. La chica, al pasar por delante de su habitación observa la puerta abierta y cree haber visto al Conde Vanme Piro Catafalco curioseando sus cosas. Pide a su compañero que entre y compruebe, él valientemente acepta. No hay nadie en la habitación. –Dice el chico con aire de galantería-. Ella está insegura, jura haber visto al Conde Vanme Piro Catafalco en su habitación. El la abraza para tranquilizarla. Tienes razón, debo estar cansada, voy a darme un baño. Quedamos en la cocina en una hora. –Dice la chica-. El chico acepta y marcha a su habitación. Se tumba en la cama, saca su cuaderno, sus carboncillos y comienza a dibujar una flor. Cree escuchar un grito en la habitación de su amiga, grita su nombre, no escucha nada más, sigue dibujando. A su amiga, el Conde Vanme Piro Catafalco le ha tapado la boca, amenazándola e intimidándola, la chica termina esposada, amordazada y sentada en el suelo. El Conde Vanme Piro Catafalco le calma primero la respiración, después el llanto, le quita la mordaza, la levanta del suelo, la sienta en la cama, le saca la toalla que le cubre el cuerpo, desnuda la desposa las manos y le esposa un tobillo a la cama. Ella calmada tiembla de miedo, pero una extraña humedad la calma dentro. Excitada por la mirada del Conde Vanme Piro Catafalco, ella obedece, colocándose como este le pide. Se escuchan gritos, son del chico del cuarto oscuro. El chico que dibuja la flor se sobresalta, sale al pasillo, esta vez seguro de haber escuchado un grito, la chica aún más se aterroriza, aún más enmudece y obedece. Grita a placer que el Conde Vanme Piro Catafalco se acerque a ella, la toque, la posea. El Conde Vanme Piro Catafalco se transforma en una bestia de los infiernos, la habitación se llena de almas etéreas y cuerpos volátiles que pululan sobre ella apretándole la piel, entrando por su sexo.

El chico deja caer de sus manos su cuaderno y su carboncillo, busca desesperadamente el origen de esos gritos al reconocer a su compañero. Grita su nombre, pero no hay respuesta. Encuentra la habitación, la abre, todo está oscuro, parece no haber nadie, pero escucha los gritos de su compañero, está ahí, grita, le oye, responde, pero no lo encuentra, la habitación está vacía, oscura, pero su compañero está dentro, las habitaciones continuas están iluminadas, se puede ver perfectamente que allí no hay nadie. Los gritos salen del cuarto oscuro, baja a la cocina a buscar un mechero. La puerta de la habitación de su amiga está abierta, puede ver lo que dentro ocurre. A su amiga la están consumiendo. Parece mucho más vieja y los pellejos se le descuelgan de la carne. La consumen y nada puede hacer. Su amigo grita, grita más fuerte. Recuerda tener una linterna, vuelve al cuarto oscuro armado con la linterna. Su amigo está en el techo, empotrado al techo, por el culo. Sale al pasillo impresionado por la escena. El Conde Vanme Piro Catafalco, ahora una bestia de los avernos, galopa sobre sus cuatro piernas, con las fauces abiertas y sus ojos hambrientos sobre el último de los chicos. ¿Dónde vas? No te vayas. Tú también estás invitado a la Fiesta de los Vivos por la memoria del calor de la carne y el correr de la sangre. –Decía el Conde Vanme Piro Catafalco mientras devoraba al muchacho-. Es de mala educación hablar con la boca llena –Dijo el chaval antes de espirar-.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

este cuento si que es erótico-perverso, me fascina!!!