24 enero, 2011

PUERTAS ABIERTAS

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Todas las puertas se abren a las cinco de la tarde con el sonido de la sirena. A las cinco de la tarde en el Colegio Santa Rita Eqú se da por finalizada la jornada. Alumnos y profesores salen en estampida, como ñus iracundos colapsan y quedan varados en los pequeños marcos de las puertas. Todos excepto Mariela, que con cuidado y limpieza recoge su escritorio y guarda escrupulosamente cada una de sus cosas en su mochila. Lápiz, bolígrafo y goma en el estuche, libros de texto en la parte interior, cuadernos y agenda en el bolsillo delantero. Rubia, menuda y bella, siempre sale la última desde que era aplastada por el gentío en la estampida. Viste siempre algún detalle azul y rosa, sus personajes preferidos son Kitty y Betty Boop, suele llevarlos plasmados en camisetas, calcetines, chapas, coleteros, mochilas, cuadernos y otros aderezos. Con pequeños pasos sale a la calle y entre la multitud busca el paraguas rojo que siempre porta su amor, Alfredo Rodin, que pululando entre la gente la espera con su gran paraguas abierto, para proteger de la lluvia o del intenso sol a su amada Mariela. Cogidos de la mano y bajo la sombra del paraguas, caminan por todo el paseo marítimo hasta llegar al muelle, donde se sientan en silencio al ocaso y en silencio quedan hasta que el sol se oculta tras el horizonte.

Una tarde que miraban como se comenzaban a dibujar las primeras estrellas en el firmamento, un barco de bandera negra con calavera y tibias surcaba toda la postal de la tarde a lo largo del horizonte. Mariela sin pensarlo, se lanzó al agua y comenzó a nadar en dirección al barco pirata. Alfredo Rodin en vano la llamaba a voces. Mariela siempre quiso conocer un barco pirata y surcar los mares como un aguerrido filibustero. Tardó poco más de media hora en llegar al barco, y con todas sus fuerzas comenzó a gritar que le tirasen un cable para poder subir a cubierta. Los piratas, forajidos, malandrines y bucaneros que gobernaban el barco no daban crédito a lo que sus ojos veían. La niña de dorado pelo no dejaba de gritar y gritar desgañitándose la garganta con cada voz que daba. Los aguerridos hombres del barco no podían consentir que su capitán despertase malhumorado de la siesta, y menos por culpa de los gritos de una niña descarada. Le pidieron que se marchara por donde había venido, pues aquel barco no era lugar para una niña como ella. Si el Capitán se despierta, gritó uno de los piratas mirando fijamente a Mariela con el único ojo que le quedaba, mandará que descuarticen tu cuerpo por extremidades y le dará de comer tus pedacitos a Monegro, su Buitre quebrantahuesos. Pero Mariela no desistía de su intento, y con uñas y dientes comenzó a trepar por el frente del barco hasta asirse con fuerza al mascarón de proa. Los hombres del barco no sabían que hacer al contemplar la valentía que demostró al trepar hasta arriba Mariela. Cuando estuvo arriba, pidió que por favor la llevaran con ellos. Alegó tener un don especial para encontrar tesoros escondidos, y afirmó que si la dejaban acompañarlos, los convertiría en los piratas más ricos jamás conocidos.

El Capitán despertó echando sapos y culebras por su boca, maldiciendo a todos sus hombres por el escándalo y condenándolos a morir ahorcados del palo mayor, dejándolos tostar al sol durante tres días para después arrojarlos al mar y ser pasto de los tiburones. Cuando el capitán llegó a la cubierta de mando, iba a gritar pidiendo la cabeza del culpable, cuando advirtió que todas las miradas de sus hombres se dirigían a una pequeña, menuda y enclenque niña rubia. ¡Por las barbas de mi abuela! Gritó el Capitán. ¿Qué clase de broma es esta? El Capitán vestía todo de negro, excepto por unos guantes y unos calcetines de color blanco. Caminaba a pasitos pequeños sin levantar los pies del suelo (a lo Michael Jackson) Monegro, su quebrantahuesos, caminada encorvado junto a él imitando su caminar.

Soy Mariela de Camarson, se presentó la niña de forma descarada al Capitán y a la tripulación. Por nada de este mundo abandonaré con vida y por propia voluntad este barco. Quiero surcar todos los mares con ustedes en busca de aventuras y tesoros. Sepa usted, Capitán, que soy un imán para los tesoros, y conmigo encontrará y dará luz a todos las fortunas ocultas de la tierra. Niña insolente, gritó el Capitán, o abandonas inmediatamente este barco o con mi espada cortaré a pedacitos tu famélico cuerpo y servirás de pasto al plancton, o mandaré a Monegro que te devore viva. La niña miró fijamente al Capitán, con una mira tan fría que congeló la bruma que subía del mar hasta la cubierta. En un descuido, desarmó a un pirata que junto a ella estaba, y sin que el Capitán nada pudiera hacer, se enfrentó a él colocándole la punta de la espada en la yugular, impidiendo que este pudiera tragar saliva.

El Capitán tuvo que aceptar la compañía de Mariela. Nunca vio tanta valentía en ninguno de sus hombres. Comenzó limpiando la cubierta a cubo y paño, lustrando todos y cada uno de los camarotes, y cuando se ganó la confianza de todos los tripulantes del Trevela, terminó por ocupar el lugar del vigía en el palo mayor. Dictó unas coordenadas que soñó en la noche anterior y llevó a los piratas hasta una isla perdida del atlántico sur. La isla la formaban dos grandes montañas separadas por una angosta gruta en su mitad. Mariela dijo que allí encontrarían el mayor de los tesoros, y así fue. Cuando se adentraron en el oscuro socavón, vieron que aquello parecía un gran cementerio de barcos. Naufragios de todos los tiempos componían el tétrico paisaje. Detuvieron el barco anclándolo al mar por el temor a destrozar el casco y zozobrar como todos los demás, se montaron en los botes y descendieron para seguir a remo con la exploración. Llegaron a una pequeña playa oculta en el subterráneo y en la arena, con el primer paso clavaron su bandera pirata. Mariela pidió guiar la expedición. Todos los piratas estaban aterrados, incluso el Capitán, al que le temblaban con un fuerte tintineo las canillas. No habían caminado n meidia milla cuando descubrieron la escena más terrorífica que jamás unos ojos hubieran contemplado. Todo pleno de cadáveres, esqueletos y carne putrefacta cubrían el paisaje. Un intenso olor a podrido, hediondo llenaba el ambiente; varios filibusteros comenzaron a vomitar no pudiendo continuar su paso, pues a conforme iban adentrándose en la gruta, el olor era más insoportable y los cadáveres señalaban muertes más crueles, feroces y despiadadas. Mariela continuaba firme y decidida, se detuvo un instante y señaló un punto en el lugar. ¡Allí está el tesoro! Gritó Mariela señalando la oscura entrada de una cueva. Allí se encuentra el tesoro más grande jamás juntado. El Capitán acompañado de sus hombres de confianza, entró armado hasta los dientes en la cueva. No podía creer lo que sus ojos contemplaban. Riquezas infinitas llenaban el lugar. Oro, plata, todo tipo de joyas y antigüedades, arcones plenos de monedas, incluso los techos y paredes del lugar eran de materiales preciosos. De repente, el suelo bajo sus pies se abrió cuando uno de sus hombres agarró la primera moneda de oro. Una bestia gigantesca emergió de las entrañas de la tierra. Todos los hombres echaron a correr espantados, incluso el Capitán que se jactaba de haberlo visto todo en su vida como aventurero de los mares. Mariela se dirigió al Capitán, y le dijo con una voz tranquila que de nada debía temer, ella acabaría con la bestia; con la condición de que si lograba vencer a la bestia, él y sus hombres deberían continuar con sus aventuras en los botes, pues ella se llevaría el barco. El Capitán aceptó sin dudarlo, y Mariela, valiente y decidida, armada sólo con una espada y una antorcha entró en la cueva. Poco tiempo después, un gran río de roja sangre corría por el piso de la cueva hasta el exterior. Con la antorcha apagada, despeinada y la ropa rota en girones, salió triunfante de la cueva Mariela con el corazón de la bestia en su mano izquierda. El Capitán no daba crédito del episodio que había contemplado con sus propios ojos, pues si alguien se lo hubiera contado, él mismo le hubiera cortado la cabeza por mentiroso.

Mariela obtuvo lo que siempre quiso, un barco pirata. En una luna llegó al muelle de dónde partió. Allí aún la esperaba su amado, Alfredo Rodín, con el paraguas rojo abierto a modo de farol y agitándolo de izquierda a derecha. Mariela llegó a la playa, varó el barco y tendió una escalera para que Alfredo subiera a cubierta. Y así partieron los dos a bordo del Trevela, ahora bautizado como la Betty Negra. Marcharon los dos a vivir su propio cuento, ella convertida en un autentico pirata, él en la reina de los mares.
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