12 diciembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS (PÁGINA 20)

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Llevábamos casi una semana en casa de Carmelo Dulce, y la obligación de coexistir tantas horas juntos, hacía que el aire se volviese tan pesado y espeso que resultaba difícil de respirar. Me sentía recluida como en La Casa de Marco Expósito. Una mañana que jamás atardecía, me encontraba tumbada en el sofá, mirando el techo sin nada mejor que hacer, los pies me dolían más que todo el cuerpo. Decidí salir a caminar. Dejé una nota atrapada con un imán de servicio de comidas a domicilio sobre la puerta del refrigerador, y salí sin ninguna dirección, hacia donde me llevasen mis pies. Crucé toda la ciudad hasta llegar a un parque con un gran lago quieto en el centro. En un banco, sentada, observando como las ocas retozaban en el agua, estaba Begoña de Azúcar. Caminé hasta ella y me senté a su lado. ¿Cómo estas? –Preguntó-. No muy bien –Contesté-.

- Habla Begoña de Azúcar-.

No debes sufrir Amor. Tú naciste de la felicidad y deberías vivir siempre dichosa, con o sin Maxi. Tú decides. No imagines fantasías que no son. Quizá Maxi por su condición de científico y amante protector, esté algo más emocionado por los acontecimientos, pero has de hacerle comprender que no corres peligro alguno. Nadie pretende hacerte daño. Todo es mucho más sencillo, incluso la eternidad. Basta desprenderte de lago, decidirte a perder para ganar tiempo; una parte de tu cuerpo, un soplo de tu sonrisa, un haz de luz de tu mirada. Tanto perdió tu padre para con nosotros, El Cuerpo, que nada le quedó en el mundo más que tú. Su felicidad. Antes de perderte a ti decidió perder su vida. Por eso murió tu padre, para no tener que prescindir de ti en vida. Él vive en ti. Siempre mientras le recuerdes. Ellos, El Cuerpo, jamás podrán encontrarte. No les perteneces. Bien claro lo dejó tu padre con su muerte. No necesitan encontrarte por que no tienen la necesidad de perderte, pues nada conseguirían con ello. Nada cambiaría en sus vidas. De mi tampoco has de temer, pues, al igual que tu padre, también daría mi vida por salvarte. Eres la muñeca de sus manos, pero también eres mis pies, y mientras tú camines, caminaré yo. Que nada te preocupe ni te perturbe, pues podrás envejecer tranquilamente y compartir tu tiempo con quien elijas, y cuando vosotros decidáis, partiréis. Eres libre para compartir con los tuyos tu historia y tu memoria.
-Begoña de Azúcar deja de hablar-.

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