06 diciembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS (PÁGINA 18)

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Cuando la vida no esconde ningún secreto, y el azar se estima periódico puro, todo se torna gris, carece de sabor, huele a nada y cambia su irregular giro en un liso y perpetuo vagar sin rumor de viento, sin albor de madrugada. Los acontecimientos se advierten como las tormentas, sucede que todo surge adquirido y nada resulta improvisado.

Debía decidir si seguir huyendo a lomos de un caballo gris hacia el desierto, o marchar al mercado a comprar naranjas. Maxi me acompañaría, como el zángano fiel a su reina, por eso fue que le comenté mis intenciones de volver a aquel hospital, para enfrentarme a ellos. No quería vivir huyendo siempre.

- HABLA MAXI -.

No puedes huir porque no depende de ti tu destino, sino de ellos. Ahora todos temen por su muerte, también por que supone tu muerte aunque no fuera tu deseo, y todo lo conseguido hasta ahora no tendría sentido. Nadie conoce a nadie, excepto tú que a todos conoces.

Si el dedo gordo del pie derecho del cuerpo muriese, el dedo gordo de tu pie derecho comenzaría a pudrirse como su cuerpo bajo la tierra. Los que quieren acabar con la memoria de tu padre, no quieren acabar contigo hasta que no confirmen las hipótesis que se barajan. También saben que si acaban con el cuerpo terminaran con la muñeca por que todos te conforman. Las dudas que queman son, saber si los cromosomas X Y que perpetuará tu hermanito y los descendientes de tu hermanito, serán todos tu padre, y todos los X X tuyos serán tu madre, y cada vez que la vida los una, nacerás tú y tu hermanito, que a su vez serán ellos, los otros, el cuerpo, y así eternamente, infectando a la humanidad hacia una única raza, un único ser, pues, lo más mágico de todo esto, es que el nuevo ser retendrá y podrá acceder al a memoria de todas las experiencias vividas. Y no cabe posibilidad de fallo o error, pues el artesano, tu padre, murió sin dejar nada escrito para volver a intentarlo nuevamente.

- MAXI DEJÓ DE HABLAR -.

Mi corazón no me pertenecía, ni mi juicio. ¿Quién toma mis decisiones, quién me sirve las cartas. Todo eran hipótesis, pero realmente era lo que yo pensaba desde el principio, claro que mi instinto quizá estuviera doblegado a las riendas y las manos de alguien más poderoso que yo, capaz de dictar mi destino, dejando por el camino señales premonitorias, llenando mis noches de sueños esperanzadores y mis mañanas de casualidades paradigmáticas. El mundo se detuvo un instante al contemplarme como un títere a merced de no sé cuantos titiriteros, sin voluntad para decidir. Pero tenía plena confianza en mi padre, seguro que no se olvidaría por completo de mí. Aún ardía en mi interior esa necesidad imperiosa de conocer, en realidad, quien era yo, y cuanto de todo aquello era culpable mi padre.

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