06 diciembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS (PÁGINA 17)

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Desperté sobre una cama de algodón, tapada con seda y pluma, las persianas corregían el sol de la mañana y los gruesos cristales de las ventanas el estruendo creciente con el madrugar de la ciudad. Maxi Delgado salía del baño envuelto en una diminuta toalla, dejando su torso de nadador desnudo. Sobre la mesa esperaba un desayuno mi despertar, Maxi me lo acercó a la cama, me acompañó preparándome las tostadas mientras yo servía el café. Maxi me comentó que había dormido todo el camino, incluso me hubo de subir en brazos desde el coche hasta la cama, me desnudó con tanta delicadeza que mi sueño no se sintió amenazado ni perturbado. Estábamos en casa de Caramelo Dulce me confirmó Maxi. Me estremecí por un segundo. En mis sueños más eróticos, imaginé a Caramelo Dulce, su cuerpo, su sexo, su mirada. Noches húmedas entre sus brazos. No encontraba el momento de dar por terminado el desayuno, por no tener que enfrentarme también al olor de Caramelo Dulce. Por otro lado, otro nuevo temor invadió mi cuerpo. Comprendí que no caminaba sola, Maxi Delgado estaba conmigo. Por que él también tenía su secreto para mi; tantas molestias como se había tomado hasta llegar a Caramelo Dulce en menos de un año y conseguir su confianza, todo eso, ¿lo había echo por su curiosidad de científico o el interés hacia mi persona era por amor. Cerré los ojos, la paz, el bienestar que sentía esa mañana no recordaba la última vez que lo sentí. Abrí los ojos para abrazarme a Maxi, besarlo desnudarlo. Disfrutamos gozando dichosos sin preguntarnos el nombre de aquel sentimiento de apasionado frenesí. Mientras yo me duchaba, {el adecentó la habitación abriendo las ventanas para cambiar el clima. Mientras él se duchó, yo me preparé para conocer a Caramelo Dulce, ahora más sosegada.

Una no puede crear expectativas pues la realidad es mucho más cruel que la imaginación. Caramelo Dulce no era para nada el soldado de bronce romano que esperaba. Era mucho más flácido y arrugado, una piorrea le destrozó la sonrisa y lucía una artificial, torpe en sus movimientos, de aspecto débil, frágil. Su larga melena negra reflejaba aún lo que un día pudo ser. Me lo debió ver en la mirada la impresión que tuve de él a primera vista. Para probar que hubo un tiempo donde fue bello, propuso poner el corto que rodó con mi padre. Confesó que aquella experiencia le cambió la vida, y que, la conversación que tuvo con mi padre terminó por convencerle.

Esa mañana no sólo puse cara a Caramelo Dulce, sino que también conseguí ver las manos de hombre de mi padre. Pude apreciar su calor, su humanidad. En realidad que eran las manos más hermosas del mundo. Cuando todos marcharon a dormir, yo quedé despierta reproduciendo la escena de las manos de mi padre una y otra vez.

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