24 noviembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS (SEXTA PÁGINA)

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Intenté imitar la técnica de trabajo en látex de Bill Buché, la persona que hizo el miembro viril más perfecto que hube visto en mi vida, para el corto de Esther Vacante, joven directora sureña, muy ambiciosa y dispuesta a ganar todos los concursos a los que presentara cu corto “Navidad”. Se conocieron una mañana en que ella despertó por el olor a café recién hecho la noche que conoció a Carmelo Dulce, actor protagonista de Navidad.

Disponía de mucho tiempo libre, eran tantas mis manías para estar bien conmigo mismo, que al igual que no me apetecía mostrárselas a la gente, había quién también no me podía soportar tenerme cerca por tan exquisito que me volvía en cada espacio donde entraba. Por eso que mis relaciones sociales eran mínimas. También es cierto, que en este mundo no estamos solos, por eso que si yo era modelo de manos, y ellas me condicionaron la vida, habría modelos de todas y cada una de las partes del cuerpo, por esta regla de tres, igual de perturbados y extraviados como yo estarían. Comenzar por las orejas me parecía fetichista, por los ojos demasiado perverso, por la sonrisa, la boca y los dientes, algo romántico.

Opté por comenzar por lo más cercano que tenía. Le pedí a mi amigo manager una lista de todos mis homónimos. Con la excusa de mi entusiasmo por organizar un evento común entre todas las partes del cuerpo, invité, para contar mi supuesta idea, desde los pies a la cabeza, todos mis iguales en este oficio. Un mes después sucedió el encuentro. De todos los candidatos posibles para formar parte de la muñeca de mis manos, para mi decepción, tan sólo la espalda y el cuello eran merecedores de pertenecer al cuerpo. Me desilusioné bastante al contemplar que la tarea si iba a dilatar muy mucho. Al menos ya tenía por donde empezar, por que de lo que sí estaba seguro es que debía tener pechos de mujer y no pectorales de hombre. La espalda se convertía en mi primer objetivo.

Recordé que mi padre me comentó que quería cambiar el quirófano de casa para modernizarlo. Le convencí de que me lo vendiera a mí. Le conté que unos chicos necesitaban de una escenografía para una serie de hospital, y que sería muy buena oportunidad para deshacerse de todos esos aparatos. Mi padre estaba tan sorprendido y confuso por mi llamada y su naturaleza, que se rindió súbito a mi propuesta, incluso, aceptando mis condiciones. En menos de un mes, lo tuve instalado en mi casa.

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