27 noviembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS ( PÁGINA Nº NUEVE)

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Ella era mi madre, Begoña de Azúcar. Despedimos a Maxi Delgado y no quedamos charlando toda la tarde.

La vida nos recibe con un gesto de sorpresa cada vez que vamos al mercado a comprar naranjas. De nosotros depende seguir comprando naranjas o huir despavoridos a lomos de un caballo gris hacia el desierto. Junto a tu padre me gustaba vivir por que siempre algo sucedía, y ese temblor y ese miedo hacían que la vida junto a él fuese interesante y divertida. Si una vez nos separaron, no lo volverían a hacer jamás. Ese cuerpo son mis pies y sus manos, y mis ojos y su boca. Y tú pelo. Amor. El momento en que te concebimos está recogido en las estrellas que esa noche regían el firmamento según están colocados los lunares por el cuerpo. Tu padre y yo no coincidíamos en opinión de tener o no tener un hijo, y en un arrebato, terminé arrojándolo sobre una mesa de cristal del salón de su casa.

Nadie murió por construir ese cuerpo, si alguien cedió una parte de su cuerpo fue por amor y desprendido consentimiento.

¿Mi padre era realmente una persona amable que nunca hizo daño a nadie? El amor siempre duele mientras exista una verdad. Seguro que mi padre no le contó su verdad a nadie, excepto la tarde de mi cumpleaños. Esa gente incauta que formó el cuerpo, soportaba mejor el dolor de desprenderse de alguna parte de su cuerpo y seguir pensando en el amor de mi padre, a conocer su verdad.

Esa misma tarde me llamaron del Hospital. Mi madre había muerto, no Begoña de Azúcar, sino Clara Victoria, mi otra madre; no había superado el parto y murió sola sobre la cama de un hospital. Debía hacerme cargo de mi hermanito. Llamaban desde protección del menor; éramos huérfanos y menores, y a nuestro nombre, una gran suma de dinero y propiedades.

Al colgar, el teléfono seguía sonando con su vagido eterno, era Maxi Delgado; trabajaba en muchas autopsias con su padre, y aunque no ejercía de forense aún, tenía conocimientos de experto. Quería hablar sobre mi padre. Su muerte había generado un enorme revuelo, o reverso al campo de la medicina y la ciencia, y habían abierto una investigación secreta para decidir si la memoria de mi padre se debía ocultar, sacarla a la luz, o destruirla toda. En la autopsia de mi padre, nadie daba crédito a cuanto allí se descubría a cada examen que se le realizaba. Era como si al pisar La Luna por primera vez, hubieran descubierto que la familia Rodríguez ya vivía allí.

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