19 mayo, 2009

¿CÓMO?

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Me levanté caminando hacia la puerta escuchando unos aplausos mínimos seguramente de los hombres, dejándola con la cuenta. Sabía que ella no tenía dinero, se había olvidado su cartera en mi casa.

Al salir paré un taxi. El taxista me preguntó dónde quería ir. Yo le dije que pusiera a correr el taxímetro, que estaba esperando a mi esposa, saldría en breve. No sé por qué le dije aquello, pero estuvimos parados frente el restaurante al menos quince minutos. Pasado ese tiempo, el taxista se interesó por mi mujer, yo le dije que esperara cinco minutos más. Seguido ella salió del restaurante y pude ver en su cara el gesto de vergüenza. El taxista me preguntó: “¡Es esa! Yo contesté que no.
Pagué al taxista sin escatimar en propina y comencé a seguir a mi mujer. Caminé detrás de ella toda la noche, jamás levantó la mirada del suelo. Sentí curiosidad por saber hacia donde se encaminaba, para mi sorpresa, se detuvo frente una iglesia, se encendió un cigarrillo, y cuando apuró la última calada, me llamó por mi nombre y dijo… “Sé que estás ahí. Abrázame por favor”.

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