26 abril, 2009

PECADENTRO DECÁPITAL (primera parte)

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El experimento de Adán y Eva fue todo un fracaso, pero Dios no se iba a aburrir por falta de ideas. El Edén ya estaba hecho, y se había jugado muy poco con él. A este nuevo experimento le llamó Pecado Original II (Operación G.H.).

Eligió a siete individuos en su más tierna infancia, con la mente blanca e intacta como el himen de una virgen, en fin, cero por ciento recuerdos o memoria alguna. Los llamó Soberbia, Pereza, Envidia, Lujuria, Ira, Gula y Avaricia. A cada uno de ellos le puso una pulsera con una frase, marcándolos como borregos, y en sus mentes el sonido de esa frase en una lengua diferente. A Soberbia le marcó y le susurró al oído: “Eres único. Confía en ti mismo”. Para Envidia bastó:” Serás cuanto desees ser”. El recuerdo para Ira fue:”Piensa antes de embestir cada vez que te enfrentes a tus miedos”. La pulsera de Pereza decía, “Querer es Poder”, y Dios le dijo al oído:”Querer es poder. Intentarlo, disfrutar con el proceso. El fin, toda una experiencia”. El mensaje para Lujuria fue:”No te subestimes, vales mucho más de cuanto te lleguen a ofrecer”. Para Avaricia:”Por siempre jamás te regale nadie nada”. Terminando con Gula, que dejándola en el suelo le dijo:”Goza. Disfruta. Nada en el aire si quieres, pero con los pies en el suelo”.

Como en el primer experimento vinculó la sombra de un frutal a cada individuo, ¡A quién buen árbol se arrima…! Esta vez no dijo nada de comer o no comer, sino que fueron los mismos individuos quienes con su crecimiento observaron que alrededor de aquel árbol tenían todo cuanto podían exigir e imaginar, les procuraban abrigo, cobijo, alimento, a la par que paz, reposo y descanso. Con el ir girando, siguiendo la sombra en tiempos calurosos y pisando lo menos posible el suelo en tiempos fríos; terminaron creando un espacio de suelo firme y liso alrededor del árbol, como limitando con una linde su único espacio vital e ignorando por completo el resto del Edén. Dios al advertir este comportamiento, como si de una futura prueba se tratase, sembró los alrededores de zarzas y espinos.

Sol a sol fueron perdiendo su forma cuadrúpeda por su curiosidad en explorar otras dimensiones y posibilidades de movimiento; al encontrar la verticalidad, descubrieron el horizonte mucho más allá, era como estar sobre el árbol pero en la tierra firme. Como parte de una coreografía se fueron encontrando sus miradas y comenzaron a saludarse desde lejos. Reconocieron un sonido singular y personal, pero advirtieron algo que les hacía iguales; muy lejos de sus facciones, el color de su pelo o sus ojos, el de su piel o las dimensiones de su cuerpo, todos compartían una pulsera en la mano izquierda. Se dispusieron a observarlas al descubrir en ellas una serigrafía. Todos cayeron de culo al renacer en ellos un recuerdo, eclipsando en un instante todo su pensamiento. Soberbia cayó a la sombra de su higuera pensando…- Si soy único, por qué hay seis más. ¿Por qué tengo que confiar en mí y no en ellos? Envidia agarró unas almendras y mientras las abría mecánicamente, -¿Serás cuanto desees ser? ¿Qué es un deseo? ¿Qué pretendo ser? ¿Qué pretendo si quiero ser… qué? Ira trepó hacia la copa de su pino hasta confundirse con el follaje. -¿Miedo? ¿Qué me harán? ¿Por qué he de embestir? Pereza apoyó su espalda contra el tronco del árbol y a modo de antiestrés comenzó a desgranar una granada. -¿Intentar… qué? ¿Llegar a dónde? La experiencia para el querer o el poder. Da igual si termino bien o mal, ¡y mi tiempo qué! ¡Y mi esfuerzo! Lujuria se sentó sobre su manto de césped y de entre todas las flores de las que disponía agarró la flor del azahar, respiró profundamente y pensó. -¿Quién abusará de mi? ¿Quién pretende venderme? ¿Quién me considera un objeto de decoro, una pieza a subastar? ¿Quién me va a juzgar? Avaricia mientras leía su pulsera, a modo de lluvia de meteoritos uno a uno fue librándose de sus pesados frutos el castaño, golpeando ferozmente contra el suelo. Avaricia, sorprendido, buscó refugio. Una frase se repetía una y otra vez, incesante ocupando todo su pensamiento,”por siempre jamás nunca te regale nadie nada”. Gula, mientras miraba subir un gusano a su morera, no podía imaginarse nadando en el aire sin despegar los pies del suelo, y se preguntaba.- ¿Gozar? ¿Disfrutar? Acaso se puede disfrutar y gozar más aún del momento. ¿Cómo? Por qué no sólo puedo vivir el momento, sino que también he de gozarlo y disfrutarlo.

Soberbia fue la primera que intentó llamar la atención de los demás. Se levantó sobre sus dos piernas y comenzó a tocar las palmas y a emitir un sonido que no era más que su frase que retumbaba en sus por dentros; pero en plural, casi sin conocimiento. -Somos únicos, confiad en vosotros. Envidia asomó de entre los arbustos, y poco a poco se fue descubriendo. -Hola soy yo. Hola soy yo. –decía en su intento de comunicarse con Soberbia. Ira descendiendo de un salto al suelo gritó:- ¿Quiénes sois? ¿Pretendéis engañarme? -Cargando una piña en su mano-. Pereza se levantó casi por un acto reflejo, con el jugo de la granada por todos los bordes de su boca, desbordándose por su barbilla. -¿Queréis probar esta fruta? Avaricia, con un grito visceral exclamó: -¡Yo no te he pedido nada! ¡A mi no me ofrezcas jamás nada! Gula aceptó y extendió el brazo, Pereza con total precisión le alcanzó una. ¡Espera!- Gritó Pereza-. Has de pelarla antes y desgranarla para comerla después. Paso. -contestó Gula, devolviéndosela con igual sensibilidad- No es que rechace tu ofrenda, sino que como sé que no la comeré, la puede comer otro. Por los gestos que hizo Gula, Pereza interpretó y respondió. –Tengo más, de sobra para todos, si quieres te la puedes quedar. –Dámela a mí. -propuso Envidia-. Muy bien, -dijo Pereza- se la pasaré a ella (señalando a Ira), para que te la pase a ti. Ira no comprendió el mensaje e interpretó el gesto de Pereza como una agresión cuando la granada golpeó su cabeza. Ira devolvió el gesto con mucha más fuerza y tino, pero con diferente intención, pues de un piñazo derribó dos dientes a Pereza, sin rozarle los labios ni derramar una gota de sangre, borrándole la sonrisa de la cara, dibujada como respuesta a la torpeza con la que Ira recibió la granada. Todos quedaron boquiabiertos ante tal acontecimiento. Nadie comprendía nada ni daba crédito a lo ocurrido. Soberbia intentaba en balde poner orden, pues era tal el alboroto que nadie escuchaba a nadie. Todas las miradas y los dedos apuntaban a Ira, pero esta tenía energía más que suficiente para enfrentarles a todos la mirada. Agarró una brazada de piñas que tenía amontonadas en el suelo, con una actitud amenazadora juntó todo el fuego en los ojos y uno a unos les fue advirtiendo. Pereza, que tenía reciente el recuerdo de cómo las gasta Ira, fue la primera en ponerse a salvo refugiándose tras el árbol, siguiéndole uno a uno todos los demás excepto Soberbia, que se quedó de pie aguantándole la mirada. Ira ante la prepotencia de Soberbia, soltó las piñas y asió una piedra del suelo avanzando un paso al frente, su expresión corporal advertía sus intenciones a Soberbia, esta inmutable le mantuvo la mirada. Ira haciendo acopio de toda su energía, enfureció y lanzó la piedra contra Soberbia errando el tiro, ni parpadeó. Ira cayó en cólera, lanzando cuantas piñas y piedras y objetos contundentes que encontraba a su alrededor, como una tormenta de granizo iban lloviendo sobre Soberbia, sin que ni si quiera una le rozase un pelo, ni de rebote. Ira comenzó a perder energía por todos los poros de su piel, al punto del agotamiento total, dándose de bruces contra el suelo y perdiendo el conocimiento. Todos quedaron anonadados ante el comportamiento de Ira pero aún más parados quedaron con la respuesta de Soberbia, sobre todo Lujuria. Lo que más le impresionó fue su seguridad, pensó que alguien que tuviera tanta seguridad en sí mismo jamás llegaría a dudar de ella al punto de juzgarla. Envidia, que desde la primera vez que observó a Lujuria notaba cada vez que la miraba un sentimiento especial con respecto a los demás, al ver los ojos que esta le brindaba a Soberbia, decidió observarla y vigilarla de cerca hasta imitarla, con el fin de impresionar de igual manera a Lujuria. Avaricia solo pensaba en cómo Soberbia, con el mínimo de energía había no sólo derrotado a Ira sino que también se había adueñado de todo cuanto Ira recolectó y confeccionó a lo largo de su vida, ganándoselo todo en un momento. Pereza no vio nada ni quiso saber nada, en todo momento estuvo de espaldas a lo ocurrido, asomando el rabillo del ojo al llamar su atención el escandaloso silencio después de la algarabía, volviéndose a ocultar al no ver a nadie, tan sólo Ira tumbada en el suelo. Gula se dispuso a recolectar los capullos de seda que ya llenaban el interior de su morera, mientras pensaba en qué podía haber provocado tal estado irracional en Ira, en un intento de empatizar con ella. Soberbia, cuando recuperó el pulso y el aliento se ocultó en lo más profundo de la higuera y se sentó a meditar, dando gracias a aquel recuerdo que le hizo mantener la sangre fría.

Transcurrido un tiempo Ira poco a poco fue recobrando el conocimiento, al despertar sintió la desolación que la envolvía. Contempló a su alrededor y no le quedaba nada, había limpiado el lugar, no le quedaba nada. De la misma impotencia que sentía le volvió nuevamente a hervir la sangre. Comenzó a subir y bajar del pino, yendo de un lado para otro, partiendo ramas, arrancando piñas, levantando la tierra, removiendo el suelo. Conociendo ya hasta donde podía llegar, se detuvo en seco, se sentó en el suelo y volvió a observar a su alrededor. Lo había destrozado todo, pero ahora nadie le observaba, reparó. Donde se habían metido todos. Comenzó a limpiar el lugar, separó las ramas de los frutos y la arena de las piedras, alisó el terreno ordenando el lugar. Pudo observar una vez calmada, que todo estaba casi como antes, volvía a tener leña, piñas y piedras con las que fabricar herramientas. Se sentó en el suelo preparando a su alrededor todo cuanto iba a necesitar para volver a construir sus herramientas; rectas y fuertes ramas para hacer cabos y mangos de sus útiles para labrar la tierra y podar el pino, pizarra y otras piedras afiladas para sus herramientas de corte, mala hierva parecida el esparto que dejaba crecer para luego cortar y secar para fabricar cuerda, esteras y prendas de abrigo. Comenzó por una punta de cuchillo, preparó con pasto, hojarasca y otros rastrojos, un estropajo para ir puliendo y lustrando la piedra a cada afilada. Sin saberlo, las piedras que tenía en las manos y que se disponía a manipular, eran pedernal y eslabón. Al primer enfrentamiento, numerosas chispas saltaron despedidas cayendo al estropajo de hojarasca que tenía enfrente prendiéndola al segundo. Rápidamente, fue acercando a la llama, ramas secas, hasta conseguir una hoguera. Hipnotizado por las llamas, se las quedó mirando como consumían la madera. Nadie advirtió el descubrimiento de Ira, hasta que las sombras asumieron la noche, una noche sin luna, tan cerrada que el cielo estaba impresionantemente estrellado. La luz de la hoguera reflejaba a todos y todos encantados salieron para admirar tal acontecimiento, qué era aquello que tanto iluminaba, parecía como si Ira tuviese al sol sentado enfrente suya y totalmente adiestrado a su antojo. Lujuria miraba como las llamas en lugar de acariciar a la madera, como hacían entender, la estaba consumiendo. Envidia en lugar de observar la llama como todos, miraba a Lujuria mirar la hoguera, para después volver a contemplar Ira y su dominio con el fuego. Envidia también lo quería y decidió ser fuego para conseguir la admiración de Lujuria, dejando a un lado a Soberbia para interesarse por Ira. Soberbia parecía no gustarle nada, si Ira dominaba al sol, lo podía utilizar contra él, por un segundo dudó y una extraña sensación inundó sus adentros, algo mucho peor que lo anterior iba a suceder, a modo de presentimiento pensó para él. A Pereza lo único que no le gustaba era lo rápido con lo que pedía combustible aquella luz para mantener satisfecha la llama, todo lo contrario que a Avaricia que veía espléndido ese dar y tomar que llevaba Ira con la hoguera; si quería más luz, tenía que darle mas leña. ¡Eh! –Gritó Avaricia, llamando la atención de Ira-. Me podrías enseñar a dominar la luz y yo te podría enseñar otra cosa a ti. ¿Qué me dices? ¡Eeh! Te estoy hablando a ti. Me escuchas o me ignoras. Avaricia recordó el capitulo anterior y cambió la estrategia. Se había propuesto robarle toda la luz a Ira del mismo modo que Soberbia le había arrebatado, sin ella pedírselo, todo cuanto poseía. Comenzó a lanzarle castañas para llamar su atención, pasó a acertarle con ellas en la cabeza, viendo que Ira ni se inmutaba, agarró una pieza entera que había caído al suelo sin romperse, lanzándola fuertemente contra la hoguera y esparciéndola por todos lados, no solo salpicaron a Ira, que comenzó a gritar mientras se revolcaba por el suelo, otras ascuas, cenizas ardiendo y ramas en llamas cayeron fuera de la linde prendiendo al instante las zarzas y espinos secos que no tardaron en propagarse por todo el lugar. Las llamas eran impresionantes y sorprendieron a todos con la velocidad con la que se estaban extendiendo. Soberbia advirtió que pronto estarían rodeados por las llamas y que había que salir de allí, pero todos recordaban el sufrimiento de sus pies desnudos cada vez que habían intentado salir de la linde y echar a andar entre zarzas y espinos, y las llamas tan altas y tan vivas que el pánico se apoderó de todos que terminaron por trepar a su árbol. ¡No! –Gritaba e insistía Soberbia-. Ese será vuestro fin. Soberbia, mojó sus vestimentas con agua que tenía almacenada en un pozo que él mismo construyó y que se mantenía con el periodo de las lluvias, y echó a correr dejando todo a sus espaldas, con los ojos cerrados, corrió y corrió hasta que sus pies descalzos notaron el cambio de terreno. Soberbia abrió los ojos sorprendida al haber salvado los espinos sin un rasguño, pero descuidando la rama de un árbol que sobresalía y quedaba justo a la altura de su frente.

Un día y una mañana entera estuvo Soberbia inconsciente. Lo primero que hizo al recuperar la conciencia fue pensar en todo lo ocurrido y descartar el sueño. El dolor de su cabeza era lo de menos. Había escapado de las llamas vivito y coleando, y había cruzado los espinos sin clavarse o rozarse alguno. Rápidamente se incorporó para saber qué había pasado con los demás. Al volver sobre sus pasos, descubrió un camino que se abría paso entre las zarzas y conducía justo hasta su higuera. Todo lo que antes era verde, ahora era negro y todo lo seco era cenizo. Las llamas habían devorado todas las zarzas. Por suerte pudo comprobar que la linde y el suelo cuidado que cada cual tenía hizo de cortafuegos y las llamas no alcanzaron a nadie. Cada uno descansaba sobre alguna rama de su árbol, encogidos aún por el miedo. Más tranquilo al comprobar que todos estaban bien. Reparó con mayor atención en el camino. Ese camino antes no estaba. ¿Quién lo había hecho? Caminó hasta el árbol con el que tropezó, se sentó bajo su sombra. Ese camino no estaba antes –se repetía en su cabeza-, Será un rastro de mi carrera e igual que mi confianza impidió que nada de lo que me lanzaban me tocase, la confianza hizo que mis pies abrieran camino a cada paso que daban borrando para siempre el espino dando luz a este camino. Debe ser eso pensaba mientras caía la tarde. Cuando el sol terminó por esconderse, Soberbia volvió a refugiarse en la intimidad que le procuraba su higuera para meditar si debía comunicar la existencia de ese mundo exterior que todos ignoraban. Esa mañana fue la última en despertar, cuando abrió los ojos observó que todos seguían con sus quehaceres sin que ninguno le hubiera o hubiese echado de menos. Decidió callar y jugar a ser Dios.

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