18 marzo, 2009

UN CAFÉ, TOSTADA ENTERA CON TOMATE, Y ONCE CUENTOS MÁS UNO EN LA PLAZA DEL TRIUNFO.

.
El cambio de turno de barrenderos se produce en La Plaza de Triunfo sobre las diez de la mañana. El barrendero que termina su turno vacía la papelera, el que comienza la repone con una nueva bolsa. El camarero me sirve el desayuno; café con leche sin azúcar, tostada entera de tomate y aceite con especias y un vaso de agua, después me acerca la sal. Llega ella, me saluda, se sienta y demanda al camarero su desayuno; cortado con dos sobres de azúcar, zumo natural, media tostada de aguacate y un pedazo de pan con pipas sésamo y pasas, nutrido con una fina capa de mermelada natural de frutas del bosque, y un vaso de agua. Ella. Morena. Cálida como un susurro.

Ladran los perros de algunos clientes reventando en pedazos el silencio y la calma solaz de la terraza. Se suceden los turistas en sandalias, con mochilas, buscando el viento por las esquinas para orientarse en esas enrevesadas, encrucijadas, enmarañadas calles del Albaycin, torpemente giran y giran el mapa antes de reconocer que están perdidos. Depositan sus desperdicios en la papelera lista y renovada para recibir desechos humanos, para llenarse hasta rebosar. Una pareja entra en la rotonda de Triunfo, ella conduce, él hace de copiloto. Llevan ya tres vueltas y cuatro en un Renault 5 girando alrededor de la glorieta, la chica termina por tomar dirección calle Real de Cartuja. Avanza la mañana.

El sol está en el punto más alto, sólo le queda caer. Una chica desata el nudo con el que amarra a su perro; un boxer operado de las orejas para tenerlas de punta (debido a ser un ser domesticado sus orejas cayeron sumisamente, apagando el salvaje gesto en sus belfos). La chica no utiliza correa sino un largo pañuelo rosa, la mesa que deja es ocupada por un padre y un hijo. La chica cruza la glorieta por donde no debe, como dirían los más cívicos, tres metros y medio más abajo existe un paso para peatones, arrastrando con ella a su perro atado al otro cabo del pañuelo. Un ciclista despistado por la belleza de mi vecina al atusarse el cabello y parpadear, arroya al boxer operado de las orejas saliendo despedido el ciclista por encima del manillar de su bici, cae en los brazos de la chica, la cual, al recibirlo, se desploma en el suelo con el impacto. Rodando bajan los dos abrazados hacia Gran Vía. El perro agoniza sobre la cera. El golpe lo ha lanzado contra la farola. El lamento del perro se disipa con el estruendo de la ciudad a esas horas de la mañana, o quizá el perro dejó de lamentarse.

La pareja del Renault 5 rojo vuelve a entrar en la glorieta, esta vez, sólo son tres vueltas, deciden tomar dirección Plaza Nueva por Calle Elvira. Avanza la mañana. Me pido un té con menta, ella una macedonia de frutas. Nuestras miradas se encuentran. Mi vecina desayuna todas las mañanas conmigo en la mesa de enfrente, le gusta mirarme de lejos, no me atrevo a mirarla de cerca. La luz entra en sus piernas. Camina el medio día como las sombras de los edificios.

El ciclista y la chica del boxer con las orejas operadas no aparecen, y el perro y la bici siguen abandonados sobre la acera. Desde Plaza Libertad aparece un chico con una sudadera azul y unas zapatillas amarillas. Duda entre atender al perro o agarrar la bici. Decide por prender la bicicleta y escapar por Calle Elvira. El ocaso casi es presente, mi vecina pide la cuenta y marcha. Mi vecina viste siempre de colores y es la más negra noche su pelo, sus ojos, para ella siempre es primavera, es tan feliz que contagia felicidad. El Renault 5 vuelve a entrar a la rotonda de la Plaza Triunfo, esta vez conduce el chico, ella mira por la ventanilla desentendida de la misión y seria de gesto, toman dirección Plaza el Cebollas.

Llegan el ciclista y la chica del boxer. El chico, escandalizado por el hurto de su bici, se lleva las manos a la cabeza y comienza a escupir sapos y culebras por su boca. La chica, indignada por que nadie le concedió un minuto a su perro abandonándolo a su suerte comienza a gimotear. Desesperada por la situación llama al 112 desde su móvil, reclamando las urgencias de una ambulancia porque su amigo a sido atropellado. El servicio de ambulancias, por el atropello, informa del suceso a la policía. La ambulancia llega literalmente al instante. Los sanitarios de la ambulancia quedan quietos al comprobar que el accidentado es un perro, esperan, esperan quietos para que la policía que en camino está, les compulse el parte de salida. La chica amenaza al enfermero y al practicante con pegarles de ostias si no atienden a su perro. La policía llega de seguido, la pareja del Renault 5 aparecen, giran una vuelta y media, el coche se detiene en mitad de la rotonda. Un agente se dirige hacia la escena de la ambulancia mientras el otro se interesa por la pareja del Renault.

La chica del perro ante la denuncia alega que su perro es su amigo, su único amigo, el agente de policía sentencia que esa no es razón para demandar un servicio de urgencias, termina por multar a la chica. El otro agente pide explicaciones a la pareja del Renault de por qué han detenido el vehículo dentro de la glorieta, no está permitido; el chico responde que la razón es la gasolina, se quedaron sin gasolina. El agente llama al servicio de grúa del ayuntamiento para que retiraren el vehículo y llevárselo al depósito municipal, informa a la pareja de que podrán recuperarlo a la mañana siguiente, también le extiende una multa, está terminantemente prohibido quedarse sin gasolina, la pareja se marcha discutiendo entre ellos de manera acalorada.

Yo también me marcho. Se marcha la chica del perro consolada por el chico de la bici y viceversa, se marcha la ambulancia, la policía, se marcha el camarero, que junto con el barrendero que justo ahora termina su turno, llevan al boxer de orejas operadas al veterinario más cercano en el maletero de un amable taxista. Me marcho, con una manzana del jardín de mi vecino, a la casa de mi vecina, a pedirle sal, a llevarle fruta. Puede que cene con ella y terminemos viendo Buenafuente, pero seguro amaneceré en mi cama, solo, después de haber soñado toda la noche con ella. Pero amanecerá, pediré café con leche sin azúcar, tostada entera de tomate y aceite con especias y un vaso de agua, y cuando el camarero me acerque la sal, aparecerá ella. Morena. Cálida como un susurro. Desayunaremos juntos, en mesas diferentes, uno en frente del otro.

Así avanzan mis días, observando mientras escribo, escribiendo cuando contemplo, pero nunca actúo. Mis noches... tan frías... como mis pies al acostarme o mis manos al despertar. El día menos pensado, dejo de describir sucesos y paso a la acción. Seguro. Sí. Un día de estos. El menos pensado. Mañana.

.

1 comentario:

MariaH dijo...

Claro que el día menos pensado pasas a la acción... con un salto mortal de los tuyos! estilo: cabra!!! Superficies: todas!!!!!
Que bonito es este cuento, saca ese aquel que todos tenemos, ocultos, observando en silencio algo o a alguien, sin prisas pero con cierta ansiedad por si algun dia... se acaba y ya no aparece más...
:)