02 marzo, 2012

EL PUEBLO DE LAS OLLAS. (Página nº11).

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Tengo que ir a contarle a Soledad lo ocurrido, debe estar nerviosa con tanto alboroto en el pueblo. No debe entender nada, o todo. Quiero que conozca también a Día. Así mi padre tiene para relajarse y llegar a casa, y al pueblo. Por ser el alcalde, supongo que tendrá que dar muchas explicaciones de todo esto, hablar con Joaquín, tranquilizar al pueblo, y tantas cosas más. Hasta la próxima salida, contando con que la hubiera o hubiese; supongo que el motor que rescaté será para reparar el del otro camión, algo más pequeño y viejo, de un eje, oí. Eso es mucho tiempo, mucho tiempo para hablar con mi padre, y no sé por qué, creo que mi padre quiere hablar largo y tendido para espolear bien la lana.

Suelto a Día en el suelo, su sombra es tan lenta como sus pasos. Camina hacía Soledad, aullando llega hasta sus pies. Soledad lo ignora refugiando su atención, en la cambiante luz por el follaje de los árboles que observa por su ventanal. Día le toca los tobillos con su húmeda tófuna, redonda como un botón redondo de algodón. Soledad entonces mueve su pierna, repara en él. Lo agarra, lo levanta, lo coloca en su regazo y lo acaricia, sigue mirando el viento y las luces jugar por las hojas. Me siento donde siempre me siento, a su lado; ella levanta a Día de su falda y me lo ofrece como un presente. Ten. Dice Soledad. Jamás pronunció una palabra, en tanto tiempo como vengo visitándola. Ten. Dice Soledad. Ten. La Muerte no vendría este día para mi padre, como él gritaba. Día debía llegar a mí. Soledad habla. Soledad me contará del Olvido. Soledad me hablará de mi madre. No sé en qué orden primero ni me importa. Se avecinan aciagos tiempos durante varias estaciones seguidas. Suerte de Día y su llegada. Acompaño a Soledad mirar el juego de luces apagarse en el ocaso.

Soledad fue la única que volvió del Olvido, sola, por su propio pie. Sin ayuda de nadie. Casi una semana. Habla de nada con nadie. Asearse, comer y mirar por la ventana son sus quehaceres diarios, ningún otro. Soledad perdió a su marido y a su hijo un día que el Olvido entró en el pueblo. Hay que quedarse quieto, sentado en el suelo de dura piedra hasta que se disipa la niebla. Si te mueves, estás perdido. El barro tarda un segundo en tragarte. Crees que estás pisando piedra pero no, es barro, y cuando das cuenta de ello ya es demasiado tarde. Ella salió al Olvido a buscarlos, pero volvió sin ellos. En realidad no sé si ella quiso volver. Creo que fue por error, o quizá tuvo suerte y no llegó a dar ni tres pasos en línea recta por el Olvido. Un día amaneció detrás de la casa del panadero; él fue quien la encontró cuando al alba fue al horno a prender la leña para cocer el pan. La encontró bajo el naranjo, echa una bola de barro y fango toda ella. Tampoco sé por qué nunca más lo volvió a intentar, buscar a su familia, o perderse en el Olvido. A veces veo en sus ojos una llama de esperanza, como si en sus sueños viera regresar a su marido y a su hijo de entre la niebla como ella regresó, pero de esto ha pasado ya mucho tiempo. Mucho tiempo. Mucho.

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