10 febrero, 2010

TRICICLO

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En el Barrio de Olivos, calle España, había más infantes que en el Barrio de San Telmo calle Defensa. En el barrio de San Telmo no quedaba tiempo para la infancia, igual que en el barrio de Once, Plaza Miserere, o en cualquier otro barrio o plaza o calle de Provincia.

La infancia se pierde en la villas a la edad de tres años, cuando aprenden a lanzar pelotas, haciendo malabares, contra el techo del subte, cuando amontonan cartones, cuando van de la mano memorizando la retahíla de palabras que va largando su padre (si es que es su padre) o su madre (si es que es su madre), para ganar unos centavos con la caridad de la gente. La infancia se aprecia cuando consiguen como botín una bolsa de chucherías por demandar atención en los semáforos en rojo, y con la boca llena de saliva y azúcar, se reparten los caramelos de fruta o las figuritas de chocolate. Con los pies descalzos y negros, y las rodillas y los codos con costras de mugre, la infancia vuelve a las horas de sol en la tarde, cuando refrescan y limpian sus cuerpos de niño en las fuentes de los parques, y juegan a hundirse bajo el agua, y se salpican con las manos y se escupen agua con la boca. La infancia termina después de rodar por el pasto para secarse y abandonan el parque, para ir a custodiar montones de basura hasta que arriba el hombre del saco grande, donde se selecciona el papel, el cartón, el vidrio, los envases. Comen de los desperdicios sobre los mismos desperdicios.
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Cuando comienzan a disiparse las estrellas en la claridad de la madrugada, buscan un rincón donde derrumbarse, y cierran los ojos, y sueñan que no son tan grandes, y juegan como los chicos. Los días que no hay basura celebran fiesta y no se ve ninguno por la calle. Igual, esos días de fiesta, en las villas, si existe la infancia, o quizá, aprovechan ese tiempo para perfeccionar sus malabares o aprenden la lección de la buena limosna, o consumen “paco” para olvidar la necesidad de ser infantes, porque dudo que ninguno sepa lo que es un diente de leche.

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3 comentarios:

Peru dijo...

Que agujero en la barriga me dejó tu texto.
Duele mucho ver que la miseria le puede robar todo al ser humano, hasta su infancia.
Y es insoportable ser testigo de ello, no puediendo hacer nada.
Un abraso

Marita dijo...

Hola Miguel: Qué mirada real, cruel y tierna a la vez... Me cayó una piedra en la cabeza cuando leí tu texto, pero al mismo tiempo agrradezco haberlo leido para no dejar de agradecer que tuve una infancia feliz, totalmente diferente a la de estos chicos que cruzamos día a día por las calles... y que no somos capaces de hacer nada por ellos... ¿Algún día la balanza se mantendrá en el medio? Soy Marita Vallejos, alumna de Claudio Ledesma. Un abrazo!

Carla, del otro lado... dijo...

Muy fuerte Miguel...Gracias por compartirlo