05 febrero, 2010

DOS CARAS

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Siete horas después de lo previsto, llegué a la calle España en el barrio de Olivos, donde se me estaban esperando. Conocí a Lia, un martes a la noche en La Cueva Del Gato, ella fue quien me presentó a su familia vía mail, y fueron ellos quienes me recibieron. Me esperaban sobre las quince horas y llegué a las veintitrés horas. Olivos es un barrio de la periferia de Buenos Aires, pertenece a Provincia, no a Capital. Alejado a una hora y media del centro, apenas si había ruidos, excepto el aeropuerto que teníamos cerca del cual no dejaban de despegar y aterrizar aviones, y al menos, uno cada dos horas, veías como un gigantesco de esos aparatos sobrevolaba a unos pocos pies de tu cabeza.

En un árbol de los que pintaban sombras en el barrio de Olivos, pude ver más variedad de pájaros que en toda la vega de Vilches, cantos que jamás escuché. Tampoco vi papeleras, no había donde tirar cualquier envoltorio o envase, ni un solo contenedor donde arrojar las bolsas de basura, pero sí que en cada esquina, había una garita de guardia que vigilaba cada cuadra del barrio. Un señor que era a la vez que vigilante; cartero, vecino, pregonero, correveidile, cualquier cosa que se le antojara a la señora o el señor de la casa. No vi tampoco pasos de cebra o para peatones, los autos tienen siempre prioridad, excepto con los semáforos en rojo. También vi trabajos extraños que me sorprendieron de manera bárbara. En la línea A del Metro_Subte, la línea más antigua de Buenos Aires, y puedo asegurar que son líneas, porque ninguna cruza con ninguna, y para hacer trasbordo, olvídate. Las puertas de los vagones de trenes de subte, se abren manualmente, literalmente, es el pasajero el que ha de asir los tiradores, uno en cada puerta, y tirar para abrir las puertas, sólo cuando se ha de salir por la parte izquierda en sentido de circulación del vagón, porque por la derecha, hay un señor que se ocupa de eso. Es dueño de una llave que al girarla y pulsar un botón, las puertas del lateral derecho se abren, después, porta un silbato de sonido ensordecedor, pero a él no le preocupa porque protege sus oídos con unos tapones de cera. El silbato lo utiliza para advertir a los pasajeros de que ya no pueden ingresar al vagón y han de esperar al siguiente Metro_Subte que nadie te puede asegurar si arribará o no.

En el Barrio de Olivos, calle España, había más infantes que en el Barrio de San Telmo calle Defensa. En el barrio de San Telmo no quedaba tiempo para la infancia, igual que en el barrio de Once, Plaza Miserere, o en cualquier otro barrio o plaza o calle de Provincia.
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2 comentarios:

rojo dijo...

gracias Fo... por tus palabras...
mua

Peru dijo...

Precioso...