19 noviembre, 2009

LA MUÑECA DE MIS MANOS (PRIMERA PÁGINA)

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Existe el doble de posibilidades de morir a manos de un ser querido que a manos de
un desconocido.

Mis manos eran las más hermosas del mundo entero. Había recorrido tantos países que
me resultaría muy difícil enumerar todos en los que he estado. Corté flores en
holanda, unté mantequilla en una rebanada de pan francés, di un masaje tailandés,
agité emocionadamente unas maracas en Brasil, encendí un habanos, coloqué una hamaca
peruana, serví un cóctel en Las Vegas, enfoqué el objetivo de una súper cámara fotográfica en el
Serengueti, comí arroz con salmón en la China, presenté las sedas y los colores de la India, hice
palmas en el Albaycin con la Alhambra como fondo, son el primer molde para robot articulados
en Tokio, protector solar sobre una espalda australiana, qué sé yo. Las revistas más prestigiosas
con las marcas más reconocidas, fotografiadas, filmadas, se convirtieron en un molde, un ejemplo
de perfección. Era el modelo de manos mejor pagado de todos los tiempos. Por eso, que vivía de
mis manos, vivía también por y para mis manos. Lo mejor para ellas antes que para mi boca o mi
sexo. Mi sentido más agudo era el tacto. Cualquier detalle mínimo de temperatura o presión lo
advertían mis manos, la vista no era tan importante; prefería perder la vista o cualquier otro
sentido antes de que le sucediera algo a mis manos. Cualquier cicatriz, cualquier fractura, unas
uñas mal cuidadas, un lunar, una arruga, un granito… cualquier ínfimo detalle, alteraba
considerablemente el debe y el haber de mi bienestar; algo que nunca pude soportar. Cuando
debía privarme de algo, cuando no me podía conceder caprichos, me superaba, lo sufría tanto,
que deseé un día no volver a sentirlo jamás; y así sucedió hasta que…
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1 comentario:

Anónimo dijo...

iré por el principio.. ya me leí al primera parte... veremos la siguientes..

saludos
Hannibal