14 mayo, 2009

EL VIEJO DEL PIJAMA A RAYAS

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El viejo se despereza en la cama al entrar la luz de la mañana por la ventana de la habitación. Amanece. Bosteza, estira todo su cuerpo, después cada miembro, lentamente. El viejo despierta sus ojos y no reconoce donde está. ¿Qué hago aquí? –Se pregunta-. Se incorpora. Tiene las zapatillas preparadas, juntas, en el lado derecho de la cama. Sale de la habitación. No reconoce la casa. Tampoco comprende nada, pero parece no estremecerse al encontrar todo salpicado de sangre. Paredes y techo de todas las habitaciones, y los pasillos, todo manchado de sangre, charcos de sangre en distintos rincones de la casa, seis en total. Él también está salpicado de sangre. ¿Quién soy yo y qué hago aquí? –Se pregunta al mirarse en el espejo del baño-. Se lava su cara y sus manos manchadas de sangre.

Recorre, revisa, registra toda la casa palmo a palmo buscando quién o quienes, o qué a podido dejar toda esa sangre. Nada ni a nadie encuentra. Limpia un rincón de la cocina y se sienta a desayunar. Mira por la ventana que da al jardín con la mirada perdida. Mastica lentamente un bocado de tostada mientras intenta recordar alguna cosa. Nada recuerda.

Vuelve a registrar la casa, pero recuerda perfectamente las habitaciones donde buscó, y los rincones que examinó, pero nada más recuerda. Comienza a limpiar la casa escrupulosamente. Termina tarde y agotado. El viejo lava su pijama de rayas en la bañera. Se observa desnudo en el espejo de cuerpo entero del baño. Soy un viejo. –Se dice a sí mismo en voz alta-. Pone a secar su pijama, lo tiende en la ventana, come un par de piezas de fruta y se echa a dormir. El sol se esconde ya tras el horizonte. El viejo duerme con los ojos abiertos y con los ojos abiertos se levanta al oscurecer el día. Se calza sus zapatillas y se viste su pijama aún algo húmedo. Abandona la casa y comienza a caminar en ninguna dirección.

Cuando siente hambre o frío, o se cansa de caminar, elige una casa donde todos duerman, y entra en ella por cualquier lugar, sigilosamente. Entra hasta la cocina y se arma con un cuchillo. Cuidadosamente busca la habitación de los niños, y tras besarlos dulcemente en la frente, les corta su cuello de cisne, seguido los arropa y sale de la habitación. Los adultos también duermen, pero a ellos no los besa, parece abrazarlos antes de degollarlos. Uno a uno, con las fuerzas que le procura su edad, los saca al contenedor de las calle. En brazos, sin cubrirlos con nada. El viejo duerme con los ojos abiertos.

El viejo se despereza en la cama al entrar la luz de la mañana por la ventana de la habitación. Amanece. Bosteza, estira todo su cuerpo, después cada miembro, lentamente. El viejo despierta sus ojos y no reconoce donde está. ¿Qué hago aquí? –Se pregunta-. Se incorpora. Tiene las zapatillas preparadas, juntas, en el lado derecho de la cama. Sale de la habitación. No reconoce la casa. Tampoco comprende nada, pero parece no estremecerse al encontrar todo salpicado de sangre. Paredes y techos de todas las habitaciones de las casa, y los pasillos, todo manchado de sangre, charcos de sangre en distintos rincones de la casa, cinco en total. Él también está salpicado de sangre. ¿Quién soy yo y qué hago aquí? –Se pregunta al mirarse en el espejo del baño-. Se lava su cara y sus manos manchadas de sangre.

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