05 febrero, 2009

LAS OREJAS DEL LOBO

"ORTEGA Y GASSET: Yo soy yo y mi circunstancia. Si salvo mi circunstancia, me salvo yo"

LAS OREJAS DEL LOBO

Primera Parte: El guardián de las tres Princesas.


Regresé a la ciudad por dos veces ser abatido en pleno vuelo, sin saber muy bien qué hacer. Volvía a la casa que destrocé; sus puertas su corazón. Esa ya no era mi casa, pero seguía siendo mi casa, al menos esa era mi única tabla de naufrago. Tenían razón las más ancianas cuando nos advirtieron que no debíamos comprar ese piso. Estaba maldito. Condenado. Todo el quinto piso preso de la fría soledad. Las únicas supervivientes de toda la historia de aquel bloque de pisos que, hoy cumple sus cuarenta y tres años. Nos vieron una pareja joven y enamorados. Nunca jamás una pareja duró más de cinco años en el quinto piso, decían a la vez las dos ancianas. Quinto D y Quinto C; son viudas y cuñadas, murieron dos hermanos en un accidente laboral hace ya treinta y siete años, de tanta tristeza insostenible, el quinto B, hace treinta y seis años que es habitado por un señor soltero. Quinto A, ocho parejas habían pasado ya por ese quinto sin ascensor ni alma. Con nosotros, nueve.

El piso lo mantenía igual que cuando lo dejé. Veintidós meses. Parecía que nada hubiera cambiado. Ella tan guapa, tan esplendida. Sonriendo. En movimiento. Quieta. Yo disponía de tres semanas para encontrar piso. Sólo eran tres semanas compartiendo techo; qué son frente seis meses rompiendo los platos que has de poner en la mesa. Después de todo compartimos siete años de vida.

Encontré piso. Otro Quinto, esta vez con ascensor, lo compartía con tres hermanas. El padre de ellas vino a entregarme la llave. “Esta es tu habitación, es la que más cerca está de la puerta. Desde hoy eres el guardián de mis princesas”. Las tres eran muy diferentes entre sí, en todos los aspectos ecepto en uno.

Apenas llevaba tres meses viviendo allí y seguía habiendo algo que no encajaba. Una de las hermanas, la más pequeña, entró a mi habitación con ganas de discutir. Esa semana me tocaba recoger la cocina y me había despistado un poco. Le dije que si me podía hacer el favor de recogerla por mi esa semana, y que estaba dispuesto a pagarle cincuenta euros. Ella se enfadó aún más, ofendida al creer que la estaba tratando de “chacha”, levantó la voz y no dejaba de hacer aspavientos con los brazos, me señalaba con el dedo en cada “Tú” que me lanzaba. Intenté tranquilizarla y terminó sentada en mi regazo, llorando abrazada a mí. Cuando le pregunté que le sucedía, comenzó a besarme el cuello, y después, para qué más detalles. El caso es que hubiera preferido haberle pagado los cincuenta euros, por los sucesos que acontecieron después.

La mediana de las hermanas, entró un día en mi habitación. Su hermana le confesó que estaba haciéndome las tareas domésticas a cambio de mis favores. Que si no dejaba de hacerlo se lo diría a su padre. Yo le dije que fue su hermana quien lo propuso. Has de parar esto; continuó diciendo mientras se colocaba de rodillas en el suelo, dejando caer su cabeza entre mis piernas. Comenzó a acariciarme, con su cara y con sus manos. Esa noche estábamos solos y amanecimos juntos en la cama.

Comencé a buscar un nuevo piso esa misma mañana. Fui a tomar un café a “El racó de Manso” donde me encontré una amiga. Estaba esperando a un señor para mirar un piso. Le comenté que también estaba buscando habitación. Ella me dijo que eran cinco habitaciones y de momento conocía sólo a dos personas que quisieran compartir con ella el piso. Yo acepté y dos semanas después nos daban las llaves. No dije nada a las hermanas hasta el mismo día. Esperé a que todos estuviéramos sentados a la mesa del desayuno para dar la noticia. No se lo tomaron muy bien. Dijeron que al menos debía haber avisado con quince días de antelación. La pequeña no pudo contener las lágrimas. La mediana se marchó a su habitación, y la mayor seguía untando la mantequilla en las tostadas como si nada. Comencé a empaquetar para hacer la mudanza esa misma tarde. Bajé al bar Sicilia (el mejor de los menús que probé jamás) para comer. Sobre las tres de la tarde. Tomé café y copa en La Fustería. Dí una vuelta por el barrio para ver si encontraba unas cajas de cartón, terminar de empaquetar, y marcharme. Regresé al piso sobre las siete y media de la tarde. El ascensor estaba estropeado. En el giro de escalera entre el tercero y el cuarto piso, taponando el paso, se encontraba varada la hermana mayor. Una mujer de tal envergadura como para quedar encajada en casi el metro de anchura de peldaño de escalera. Veintinueve años, un metro ochenta y seis centímetros de altura, ciento cincuenta y tres kilos de peso. Sufre un problema crónico en la articulación de sus rodillas, son rígidas, por lo que para avanzar el paso, debía balancear, pendular, bambolear su tronco para levantar su cadera y así, poder mover toda la pierna de una vez. Cuando el ascensor se estropeaba, se enclaustraba en casa hasta que lo conseguían reparar pero, cuando la necesidad era imperiosa, estaba condenada a bajar todas las escaleras, los cinco pisos, de espaldas. A penas podía respirar, menos aún gritar, por lo que llevaba atrapada alrededor de cuatro horas y cuarto.

Primero la abracé y le hablé para tranquilizarla. Una vez que compuso el semblante, le ayudé a quitarse la mochila, el abrigo, el jersey y la camisa. Ese sudor graso que la recubría comenzó a deslizarla, escurrirla, desatascarla. Despacio, pero seguros, conseguimos llegar a casa. Casi desmayada dijo no poder llegar al sofá, por lo que la tumbé en mi cama, fui a la cocina a buscar agua, al baño por una toalla,y, pero, mientras buscaba una manta en mi armario con la que arroparla, entró por la puerta confundiendo, mal interpretando aquella imagen, la Mediana. Su hermana mayor tumbada en mi cama, casi desfallecida, sudada, semidesnuda, despeinada, yo todo mojado por la sudor de ella.

Con el gesto espantado, fue a gritar cuando le ahogó el grito la Menor, diciendo: “¿Quién ha dejado la puerta abierta? ¿Qué ocurre aquí?”. Les expliqué, ayudado de la hermana mayor, que ya iba recobrando el sentido, lo que realmente había sucedido y el por qué de aquella situación. La Mediana dijo: “Eso no te lo crees ni tú”. A lo que la Mayor respondió: “Ojalá hubiera sucedido lo que insinúas; no te cogía el móvil por que no podía moverme, y yo he de quitarme la mochila para tomar el teléfono y cualquier cosa, no alargo el brazo como tú”.

Las dos hermanas, emocionadas abrazaron y besaron a su otra hermana, y entre sollozos quedaron abrazadas y besándose unas a otras cuando descubrí a su padre, que, al encontrarse todas las puertas abiertas entró sin llamar. Perplejo, turbado, confuso, estupefacto, pasmado, atónito, anonadado, desvanecido, destruido, congelado, tieso, cuajado. No daba crédito a lo que sus ojos contemplaban. Yo intenté tranquilizarlo, me acerqué a él, y le abracé; terminó por derrotarse en mis brazos. Tomó vida al, besarme lasciva morderme los labios carnalmente. En silencio, sin que nos pudieran advertir las princesas, hice desnudarse al rey. Una vez desnudo, le pedí al padre que se abrazara a sus hijas.

Salí del piso sin cerrar las puertas, abandonando a las princesas, al rey padre y mis dos últimas cajas sin terminar de empaquetar.




Segunda Parte: Setenta y dos horas.


(PRÓXIMAMENTE).

1 comentario:

Peru dijo...

vaya vaya... me gustó mucho lo del piso maldito del quinto.. y luego las tres princesas... y el final totalment foesko! jejej