15 diciembre, 2008

desCUENTOS DE LA CUEVA.

Say my name!

Cogimos caminito de la montaña, tres horas hacia el este y una hora más buscando el norte. Perdimos la mañana buscando el lugar ideal donde colocar nuestro picnic; yo mi canastita de mimbre, ella sus mantelitos de cuadros rojos y blancos, con salvamanteles, servilletas y cubre _ cubiertos a juego. Para no perder el día entero, ambos coincidimos en detenernos junto a un viejo roble. A su lado había una pequeña cueva donde nos podíamos resguardar de la posible lluvia, con la que amenazaba el día con sus grises nubes. Hacía tanto tiempo que habíamos planeado aquella salida, que nada ni nadie lo estropearía, ni la más negra de las tormentas. Descorché el vino y brindamos por nuestra ventura al conocernos y la fortuna de los posteriores acontecimientos a nuestro encuentro. Tranquilamente nos pusimos a comer. Ella había hecho una ensalada rica en vitaminas y colores, además de unas brochetas de dulces frutas rojas para el postre. Yo hice unos sándwich de salmón y unas trufas de chocolate heladas, que por esas horas, ya no estaban tan heladas.

El día nos dejó comer tranquilitos pero el atardecer no fue tan agradable; comenzaron a caer las primeras gotas que derribaron las hojas más débiles, y continuamos con el té dentro de la cueva. Té caliente asido, cogido entre las manos. Nos quedamos mirando a los ojos sin sabernos qué decir. Ella se sacó de su escote un rosario de su abuela y comenzó a pasar las cuentas mientras murmuraba algo en voz baja. Cuando le pregunté que estaba haciendo, ella respondió que siempre llevaba el rosario de su abuela encima y lo sacaba cuando se aburría. Me quedé anonadado, suspendido al escuchar aquello. Yo saqué entonces de mi mochila una vieja garrota que mi abuelo me dejó en herencia. Aquella garrota había sobrevivido a cuatro generaciones de mi familia, tallada de un almendro centenario, se la presenté a ella. Le conté la sorprendente historia de por qué el abuelo de mi abuelo decidió un día tallar de aquel almendro que una tarde partió un rayo; una garrota. Ella continuaba dando vueltas al rosario. Comenté si en lugar de aburrida, estaría nerviosa y que por eso no dejada tranquilas quietas ni las cuentas ni el rosario. Ella me miró fijamente a los ojos y me preguntó que qué estaba insinuando. Yo no supe contestar… y mi duda le hizo suponer y exponer que eran mis nervios quienes nerviosa la ponían. Al cogernos las manos nos tranquilizamos y pude ver en sus ojos que algo me escondía; tanto tiempo planeando la salida, luchando contra el mal gusto del tiempo, caminando por caminos que inventamos sobre la crecida hierva, dibujando sobre ella espirales eternas. Algo debía guardar para dentro. Comencé a cariciarle las manos, después las muñecas, sin apartar mis ojos de sus ojos subí con mis dedos por su antebrazo, y delicadamente los posé sobre sus hombros. Le hice imaginar hormiguitas por su espalda; de su nuca a su cuello y vuelta a la espalda. Desabroché su sostén y la abracé con todas mis fuerzas y mis ganas. Sus labios en mi boca, sus manos por mi espalda y nuestros cuerpos danzando un baile imaginado. Una deliciosa coreografía. Al tocar sus pechos noté que uno era diferente. En realidad sólo tenía un pecho. Seguimos acariciándonos todo el cuerpo, ahora desnudos. Quizá mi desliz fue no preguntar por su otro pecho, o el error de no recordar su nombre, o ambos dos. No sé, pero aquel día le vino la regla… y no tenía humor para nada. Fue entonces cuando se ató las manos con el rosario y me propuso jugar fuerte con su culo y la garrota de mi abuelo. Say my name comenzó a gritar ella.

Nos interrumpió la acción un ratón con un saco en el hombro que se presentó como el Ratoncito Pérez. Entró alegando que aquella cueva era suya y que si por favor, sintiendo en el alma las molestias, le dejábamos vaciar su saco de dientes para que pudiera seguir haciendo su trabajo. Llevaba ya tres horas esperando en la puerta, pero al ver que el momento se dilataba y otro nuevo juego comenzaba, decidió interrumpir. Habiendo sido nosotros los primeros en allanar su morada, lo creyó conveniente y no fuera de lugar. Ella diome un guantazo por permitir que un ratón viérala desnuda. Por el guantazo cayóseme un diente, y, Pérez por él nos dio cincuenta euros. Recogimos todo y marchamos. Con el dinero que nos dio el Ratoncito por mi diente, elegimos un hotel para terminar de pasar juntos la noche.

Una vez en la intimidad de la habitación, el fuego fue mayor. Arriesgado. Perverso. Brutal. Me propuso hacerle un beso negro, ante mi duda, se decidió a una partida de Parchís que ella ganó. Fui absorbido por su agujero negro hacia su interior, donde pude ver una vez dentro, el verdadero dolor de Carmen. Su Verdad. Su Secreto. Aquella noche me confió su corazón, por el simple hecho de haber sido sincero de amor; aún sabiendo que al amanecer todo acabaría, como decidimos aquel día cuando nos conocimos. Hoy hace un año. Desde entonces no nos vemos. Coincidimos en un cuento. Ella me contó que nació cisne para ser patito feo. Yo era un sapo, pero sus ojos me vistieron de príncipe y me consideraron como tal.

Al llegar el alba despertamos juntos. En el ocaso nos dijimos adiós. Nos volvimos a ver cada tarde, hasta convertir todo esto en una historia de dos. Por siempre jamás nos faltó nunca amor. El Ratoncito Pérez nos ha hecho varias visitas ya.

Y COLORIN COLORADO… ESTE CUENTO…



Intenté hacer un cuento infantil de aquel desCuento que hace ya tres semanas improvisamos en La Cueva, y tras varios intentos y ninguna moralina, lo más pueril que me ha salido ha sido esto. Espero que disfruten. Nos vemos hoy martes 16 a las 22 H para seguir contando y descontando, por que esta y todas las noches sigan siendo un desCUENTO.

2 comentarios:

vans dijo...

Muy muy bueno el cuentacuentos del Musgo.

La verdad me alegro de haber podido acudir a la cita, por que valio la pena en todos los sentidos.

Tenemos que sacarle punta a la vida...

Maldo dijo...

Hola Vanessa! Si!, si que nos lo pasemos bien eh Vanessa! Muy Bonito! pero mira que eran jonkis los individuos estos jejeje el último que vi en la Tertulia también estuvo muy bien pero la ternura de este último en el Musgo lo supero. Es agradable encontrarse con cosas como estas, todo toma sentido...