18 febrero, 2009

EL JUGLAR ENAMORADO.

Este cuento surgió de una improvisación hace hoy por hoy dos años en La Cueva del Gato cuando aún apuntaba las palabras en papelitos y las iba sacando de mi sombrero de mago. Por eso me gustaría sacar de la chistera un cuento que quedó en el cajón pero que un día todos contamos con cada palabra de un color, aquella noche me llevé los rotuladores carioca. Dentro de este cuento surgió un subcuento que probablemente es y será uno de los cuentos con mayor mensaje que haya escrito jamás. Un voto por la comunicación, por que si lo pudieron hacer un murciélago y una margarita, por qué no se va a dar entre dos personas.

EL JUGLAR ENAMORADO. (20 de Febrero 2007)

(Sesión improvisada con palabras del público y una frase para el final)


Cuenta la historia que en una ciudad de encanto, donde todo era capaz de suceder y ningún caso era imposible, existía una taberna llamada La Taberna de los Lugares. Allí solían quedar el desierto del Sur con el frío desierto del Norte para echar una partida de ajedrez. Cuando esto sucedía, en la ciudad del encanto corría la voz como algo extraordinario. El desierto del Norte y el desierto del Sur solían dedicar al menos una semana en hacer la partida, rara era la vez que no quedaban en tablas. En ocasiones permitían que alguien se sentara en la silla que quedaba libre en su mesa a observar la partida de cerca, el invitado podía hablar si quería, siempre y cuando no fuese un comentario sobre la partida. La noticia llegaba a todos los lugares del mundo de ahí el nombre de la Taberna, y era todo un privilegio si te ofrecían tal honor. Podías preguntarles cuantas dudas tuvieses y ellos si lo creían oportuno resolverte esa duda, pronunciaban las justas y medidas palabras para resolver las preguntas. Incluso con un sólo gesto llegaban a ofrecer soluciones.

Llegaron a la ciudad encantada un lunes amarillo. Lleno de energía y sol, de olores de primavera; de cocina de leña, de naranjos y limoneros en flor, de cuerpos en celo y su sudor. El sabor del vino que se pidieron llenaba todo su paladar, se reflejaba en sus gestos. Mezclado con un queso aún mejor, jamón de vetitas blancas y un vasito de aceite de oliva virgen sobre una rebanada de pan, amasado la misma madrugada por unas manos de sal. El mejor de los orujos, una botella para empezar. Ocupaban su lugar y comenzaban a jugar. El desierto del Sur jugó aquel día con negras y El Norte con blancas. Antes de que pudiera avanzar el primer peón entró el primer peregrino. Directamente abordó la mesa sin permiso alguno. Una luz, con tono de aurora, se llamaba Claridad. Gritaba y gritaba sin dejarse escuchar. El desierto del Sur sabía que no podía hacer nada contra una luz y que lo mejor era quitársela de encima, si de algo sabía Él, era de luces, reflejos, sombras, oscuridades. Pero el desierto del Norte se sintió tan invadido que de una sola mirada la congeló, fue entonces cuando Claridad se transformó en un prisma rompiendo la luz de la mañana en todos los colores y cada color era un grito de Claridad que se repetía; el desierto del Norte volvió a mirar a todos los destellos congelándolos de una vez, pero cada uno se transformó en otro prisma con un millón de gritos más cada uno. El desierto del Sur se echó las manos a la cabeza gritando:”Basta. Basta. Atenderemos tu ruego. Deja que hable”. De una sola mirada el desierto del Sur descongeló todos los prismas y Claridad pudo decir.

- Solo decidme por qué huye toda aquel a quién me acerco con mi amor. Incluso cuando es él quien se acerca para ofrecérmelo. Teme de su sombra y piensa que soy yo el culpable. No es más que su sombra. No merece mayor importancia.

- Has de comprender que eres una luz -Comenzó diciendo el desierto del Sur-, por lo que es normal que provoques sombras. Como luz que eres has de llegar de arriba, así su sombra estará bajo los pies. Lentamente, cuando interprete que su sombra no es más que un abrazo tuyo a todo su ser, comenzareis a jugar con las sombras.

Claridad recompuso la mesa y se fue a sentarse a la barra y pidiese un chato de vino.

Acto seguido entró un juglar con cara de enamorao, como de habérsele adelantado la primavera pero con un pequeño gesto de tristeza, bajaba del barrio pintado de albayalde. Entró sin reparar en Los Desiertos. Directamente a la barra del bar. El Juglar le preguntó al camarero si servían copas hasta olvidar. El camarero le respondió que siempre y cuando pagase por adelantado, no habría ningún problema. El camarero, con toda la gracia argentina que le caracterizaba, invitó al juglar a la primera cerveza. Te la pondré de este grifo mágico traído desde el rincón más recóndito de la Antártica, fue un regalo del desierto del Norte a esta taberna. Está tan fría que te concentra en lugar de dispersarte o anonadarte. Tu sangre comenzará a correr para calentar tu cuerpo y verás después las cosas mucho más claras. ¿Qué te apetece comer? Le preguntó al juglar el camarero. Cualquier cosa que alimente a un muerto. Respondió el juglar. Uno muerto de vida que no de hambre. El juglar no hacía otra cosa que mirar aquella cerveza helada, como una a una, todas las burbujas del fondo subían estremecidas para ser espuma y gas. Compungido, atribulado, dolorido, abandonado, suspiraba y suspiraba a cada minuto que pasaba. El desierto del Norte, tras una breve mirada a su amigo el desierto del Sur, se levantó de la mesa y dijo:

- Siéntate chaval. Te apetece mirar una partida de ajedrez y conversar.

- No me gustan las batallas ni aún siendo juegos de mesa.

- Ten cuidado chaval -el desierto del Norte se echó a reír-, tu corazón corre peligro. Veo que en su lugar hay como una gran caja de zapatos plena de gusanos de seda.

- ¿Cómo? –preguntó el juglar-. Acaso mi corazón se está pudriendo. ¡Oh Dios esto es peor de lo que pensaba!

- Jajajajaja – Rió mucho más fuerte el desierto del Norte-. No chaval. Lo que le pasará a tu corazón es que un millón de mariposas nacerán en breve dentro de él. Por eso no comprendo ni tu tristeza ni tu soledad.

- Ayer estaba y hoy ya no está. Me dijo que la próxima vez que nos encontrásemos, sería en el país de nunca jamás. Me duele incluso el aire que respiro de buscar ese lugar. Creo que me engañó. Que se quería librar de mí. Necesitaba un trago.

- ¡Claro que existe ese lugar!

- ¿Dónde? Si se puede saber.

- Junta tus manos. ¿ves? Este es el mapa que has de seguir. Sólo has de ir hacia el norte. Donde apunta tu dedo corazón. Si quieres esperar, yo paso por allí. Cuando termine la partida podemos hacer juntos el viaje de vuelta.

- Prefiero salir cuanto antes. ¡A saber el tiempo que lleva esperando! Y yo dando vueltas como un tonto.

- Toma. Llévate un trago de este orujo. Te dará fuerzas para todo el camino.


Nuestro juglar, agarró la petaca que le ofreció el desierto del Norte y emprendió su camino. Lo acompañaba su fiel perro Choco. Era un Gran Danés Blanco con una mancha negra en el ojo izquierdo. Con un amigo tan fiel como Choco, uno se sentía mejor ante los peligros que pudiera guardar el camino.

Quince días con sus quince noches estuvo andando el juglar y su amigo Choco por los caminos sin llegar a ninguna parte. Cuando El juglar se disponía a dar un paso más, Choco lo agarró por atrás y tiró fuerte hacia él. Estaba justo al borde de un abismo. El juglar se puso más blanco que Choco, al que no paraba de darle las gracias. No podía dar crédito a sus ojos. La tierra terminaba en ese punto. Qué había echo mal. Dónde pudo haber fallado. El juglar empezó a temer de que se hubiesen burlado de él, pero no podía ser. Alguien como el desierto del Norte, no haría algo así. De repente se le vino una idea a la cabeza. ¡El orujo, aún no lo he probado! Igual es mágico y es ahora cuando hay que probarlo para ver el camino. Dio un trago y no cambió nada. Otro más grande y todo seguía igual. Apuró la botella y la lanzó al abismo en la esperanza de escuchar algún ruido, un lugar donde la golpease la petaca y pudiera hacerle de guía, pero no. Entonces decidió. Miró a los ojos a Choco y le dijo: “Amigo mío. Espérame al menos dos días. Si estoy en lo cierto, algo mágico me espera allá abajo y regresaré, de lo contrario, no te quiero hacer esperar más de dos días”. Le dio un abrazo y avanzó un paso decidido al frente. Choco se echó a esperar.

El juglar estaba en lo cierto de que abajo le esperaba un mundo aún más mágico del que arriba había dejado. Fue a caer en las ramas de un árbol, que rápidamente se convirtieron en unos brazos acogedores haciendo de su caída un suave balanceo. Era el árbol que guiñaba el ojo y sacaba la lengua.

- Hola recién caído. Te doy la bienvenida al país de nunca jamás.

- Hola. Busco a una mujer, que antes que yo, tuvo que pasar por aquí. Me pregunto si la habrías visto pasar.

- No sé. ¿Cómo era?

- El negro de su pelo haría estremecer a las tinieblas que he tenido que atravesar. Ojos verdes, inmensos, oceánicos. De una tez limpia, sonrosada, iluminada con una sonrisa despierta. Menuda, liviana. Seguramente fuese cantando con los colores o bailando con el viento, jugando con las formas, llamando a gritos a las nubes para que le diesen una vuelta por el cielo azul, respirando los aromas, repartiendo la alegría. Capaz de volar sin necesidad de alas y hacer volar con sólo pensarte.

- No es que pase mucha gente por estos lugares, pero si recuerdo a una mujer. Iba gritando:”Al final el murciélago y la margarita se casan”.

- Es ella, sin duda. Es el cuento que le conté la noche que nos conocimos. Rápido, por favor. Dime por donde se fue.

- Solo si me cuentas ese cuento.

- No puedo perder el tiempo. Cuando la encuentre prometo volver y contarte el cuento.

- Como te decía, no es que pase mucha gente por estos lugares. Tú no estás para perder el tiempo. No veo por qué seguimos discutiendo.

- Había una vez un murciélago que vivía en una cueva. Frente esta nació una margarita. La primera noche que la margarita floreció, los rayos de la luna incidieron al máximo en ella, la iluminaron tanto que el murciélago pensó que la luna había bajado para entrar en su cueva y salió a recibirla. Pronto pudo descubrir que se trataba de una margarita, por lo que percibía. Desilusionado y confundido volvió a su cueva. Confundido porque lo que había sentido aquella noche fue excepcional. La podía ver iluminada a los pies de su cueva. No podía dejar de mirarla. Sin querer comenzó a hablarle. La margarita le respondió. Jamás hubiesen pensado que entre ellos se pudiesen comunicar, pero aquella noche en que uno dio el primer paso, resultó ser la primera vez que una margarita y un murciélago entablaban una conversación.Si un murcielago y una margariata consiguen comunicarse, ¿por qué no pueden hacerlo dos personas? Lo demás, lo inventó ella. Decía que el cuento quedaba vacío, y que la margarita y el murciélago deberían haberse casado.

- Yo también estoy seguro de que era ella. Si buscas en la hierba pisada, encontraras un camino recién hecho. Sólo tienes que correr más que ella.

El juglar corrió y corrió y cuando la encontró, estaba sentada sobre una piedra mirando un murciélago a plena luz del día dando vueltas alrededor de una margarita. Tranquilamente se acercó por atrás y puso su mano en el hombro de la mujer. Ella puso su mano sobre la de él y le dijo: “- ¡Ves, al final el murciélago se casa con la margarita!”.

Comieron perdices y fueron felices por siempre jamás.

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3 comentarios:

MariaH dijo...

vaya... lo que hubiera dado por oirlo de viva voz...

Anónimo dijo...

pues si me hubiera gustado estar, además el otro día variando de camino de vuelta a casa para no pasar por el mismo de siempre me tope con la Cueva del Gato, descubriendo que esta cerca de donde vivo, cosa rara porque el resto del mundo me pilla a tomar por saco, haber si me dejo caer

Maldo^^,

Anónimo dijo...

Fue una suerte poder escucharlo en la Tuareg, no es igual solo al leerlo!