11 noviembre, 2008

BARAC EL JOVEN

El reino de Bassón, era el más rico y poderoso de todas las Tierras Altas. Ni las letras más antiguas recogían la última vez que un rey de Bassón hubiera sido derrotado. Ahora tenía un nuevo rey, Barac el Joven, se le conocía así por ser el rey más joven que hubiera ocupado jamás el trono de Bassón.

Un buen día, Barac el Joven no pudo levantarse de la cama debido a un repentino cansancio que lo postró dos días y dos noches. Al tercer día, a Barac le dolían las yemas de los dedos, tanto que no podía ni coger su ropa para vestirse. Cuando amaneció el cuarto día, era esta vez el pelo lo que le dolía y le fue imposible colocarse la corona. En el quinto día fue su piel, el más mínimo roce le provocaba un dolor tan intenso que hubo de estar todo el día desnudo. Al sexto fueron los músculos del tronco hacia arriba, después del tronco hacia abajo, y a partir del octavo día no hubo parte del cuerpo por insignificante que fuese, que no le doliese tanto o más como si le arrancasen el alma. Le dolía incluso la sangre al correrle por las venas, el corazón al latir y el pecho al respirar. Había días que no podía ni abrir los ojos por que todo el dolor se le concentraba en los párpados.

Los médicos de su corte no entendían este mal de su Rey. Ni sus libros ni sus experiencias hablaban de nada parecido. Un día su fiel consejero Seedin le propuso que su dolencia podía ser causa de brujería. El medico no compartía la opinión, pero entonces Barac creyó verlo claro. Ordenó rápidamente que veinte de sus mejores hombres saliesen cuanto antes en busca y captura, de los hechiceros y brujos más conocidos y temidos de todas las tierras, y que los postrasen con vida ante él.

En menos de una luna, sus hombres lograron traerle vivos a quince de entre; hechiceros, brujos y magos; a todos dio igual noticia Barac: “Antes de 
que pase la primavera he de estar curado de este mal mío, de lo contrario, mandaré que os corten a todos la cabeza y que después os arrojen a una fosa de cal viva”.

Llegaron a trabajar juntos todos a la vez, magos, brujos, hechiceros y doctores. Los remedios, la mayoría de las veces eran peores que la misma enfermedad, que cambiaba de una zona a otra sin lógica ninguna. Del cansancio profundo al más brutal e irresistible de los dolores. El correr de la sangre le destrozaba los por dentros, y el latir de su corazón lo martirizaba, la simple respiración le agotaba y asfixiaba. Nada era predecible, y todo era insoportable.

Para el joven Barac era desesperante el no tener la fuerza necesaria en los dedos de su mano para blandir su espada. ¡Qué sería de su reino si sus enemigos supiesen de su debilidad! Caerían los ejércitos como animales de carroña sobre Bassón. Su pueblo también comenzaba a preguntarse qué era de su Rey. Casi tres meses que no le veían a lomos de su caballo Set en sus largos paseos, montando guardia por los caminos, por la paz y la tranquilidad de su gente.


Cuando al campo apenas le quedaban más colores que el rojo y el amarillo, todos comenzaron a temer por sus vidas. El tiempo se agotaba y Barac no conseguía mejoría.Uno de los hechiceros, bajó a las caballerizas a buscar un lugar de intimidad donde poder pensar en soledad. Fue justo a sentarse frente a Set. A su cabeza vino la solución. Observó que el caballo también estaba enfermo pero nadie había reparado en él. La tristeza lo envolvía dejándolo a penas sin luz. La pura sangre que le corría por las venas, era tan mansa que parecía muerta. Estropeado y desganado por llevar tanto tiempo sin ver a su dueño, ni dar largas carreras por los campos y los caminos. El hechicero fue hacia Set y le acarició la frente. Cuando Set se puso en pie, el hechicero abrió la puerta, y sin la necesidad de ataduras hizo que el caballo le siguiera. Llegó con él a los aposentos de Barac. Todos exclamaron al verlos. El hechicero pidió a Barac que montara a Set y que juntos salieran a pasear.

Barac iba tumbado, mirando al cielo, en la grupa de Set, mientras el hechicero caminaba delante. Cada mañana repetían el ejercicio y pronto Barac notó mejoría. Recuperó la fuerza y el buen humor, y antes de que el otoño entrara en Bassón, ya podía blandir su espada.Nunca Volvió a llevar corona, ropas o abalorios que le hicieran distinguir, pero jamás por ello dejó de ser menos rey que nunca. Cada mañana al despuntar el alba, Barac, vestido con un pijama blanco de algodón de cuerpo entero, montaba a Set y salía a recorrer los caminos sin riendas ni montura ni guarda real alguna.El pueblo nunca supo de lo sucedido a su rey, pero… Algo en Él había cambiado, pues por sus formas y maneras de tratar y de preocuparse por su gente, a cada día que pasaba era más querido por su pueblo. Jamás nunca tampoco fue vencido, pues no hizo enemigos.

Su pueblo siempre lo recordó como Barac el Joven o El Rey sin conflictos. En todos sus años de reinado, Bassón no libró ni participó en ninguna batalla.
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