15 octubre, 2008

DESCUENTOS DE LA CUEVA. "MACRAMÉ"

CUENTO IMPROVISADO EN LA CUEVA DEL GATO EL PASADO MARTES 14 DE OCTUBRE.


En un tiempo que nos perteneció no hace mucho, vivía una de las mejores costureras del mundo, Macramé. Arreglaba todo tipo de telas con las más fuertes y finas costuras. Cuanto arreglaba Macramé jamás volvía a romperse. Venían a visitarla gentes de todos los lugares para que les arreglase sus ropajes, y ella los dejaba como nuevos. Capas, sayos, camisas, blusas, pantalones, gorros, guantes..; no había prenda en el mundo que se resistiera a su aguja y a su hilo, pues también trabajaba todo tipo de telas y materiales, de la seda al esparto.

Un verano azul el trabajo bajó considerablemente, no sólo para Macramé, sino tambien para todos los sastres y costureras del mundo. Alguien había inventado la máquina de coser y todo lo artesanal se estaba convirtiendo en industrial. Los autómatas, con sus movimientos mecánicos, fabricaban todo tipo de telas y vestiduras, y aunque no remendaban, el coste de la ropa era tan bajo con esa producción que salía más rentable comprarse vestidos nuevos que remendar los viejos.

Poco a poco, las máquinas comenzaron a invadir la competencia de lo artesanal, y lo industrial comenzó eclipsar al artesano sumergiéndolo en una profunda oscuridad. Muchos oficios desaparecían sin que nadie les echara de menos.

Una mañana, al pueblo de Macramé llegó el primer vendedor de máquinas de coser:

- Vengan y vean esta máquina divina capaz de dar veinticinco puntadas por segundo. Es veinticuatro veces más rápida que la mano humana. Ganarán tiempo para su disfrute.

Cuando el vendedor se marchó del pueblo sin conseguir vender ni una sola máquina, Macramé convocó a todo el pueblo en la plaza mayor.

- Tenemos que hacer algo. Pronto las máquinas harán nuestro trabajo dejándonos inútiles a su sombra. No podemos consentirlo. Llamo a todo aquel que de algún modo le afecte tal suceso y se levante conmigo en revolución.

Todo el pueblo, de un solo gesto y de un solo grito se alzó a favor de Macramé. Comenzaron a organizarse, pero ya iban tarde. Las máquinas dominaban el mundo. Casi en todas las casas, en todos los pueblos del mundo entero había alguna máquina haciendo el trabajo de uno o cien hombres, de una o cien mujeres. Trabajos más rápidos y precisos que la mano humana. Eran mucho más fuertes y resistentes que cualquier tracción animal. La gente comenzó a perder sus trabajos por no ser necesarios y esto les llevó al hambre.

Pronto, la voz de Macramé se fue extendiendo por todos lares y más gente se le unía en su levantamiento revolucionario.

Una mañana el mundo amaneció dividido; por una parte la gente, por la otra las máquinas. Luchas campales, batallas encarnizadas, guerras devastadoras. En cualquier rincón del mundo entraban en conflicto manos contra máquinas.

Las máquinas pronto descubrieron que Macramé estaba detrás de todo esto, y como los autómatas no precisan de descanso, noche y día buscaron y buscaron de un modo imperioso por todos los lugares a Macramé, hasta dar con ella y hacerla prisionera. Amenazaron con asesinarla si no cesaban en su levantamiento. Macramé gritaba desde su encierro que no desistieran. Que siguieran luchando por su libertad, pero el potencial de las máquinas era muy mucho superior al de las personas.

Por un extraño fenómeno natural, la luna cayó en el fondo del mar y la gravedad desapareció. La gente levitaba a un metro del suelo, en cambio, las máquinas no dejaban de subir y subir hacia el cielo. Con la tierra limpia de máquinas, la gente comenzó a buscar a Macramé gritando su nombre:

- Macramé. ¡Macramé! Macraaaaaaameeeeeeeeeee.

Macramé se encontraba encerrada en las entrañas de una monstruosa y gigantesca máquina que cada vez se elevaba más hacia el cielo, y desde allí comenzó a gritar:

- Lo conseguimos. Vencimos a las máquinas. El mundo vuelve a ser nuestro.

Un botón mágico, sacado de un cajón de sastre también mágico, fue lanzado mágicamente en una noche de aquelarre, haciendo vomitar al mar la luna, esta, volvió a ocupar su lugar en el espacio devolviendo la gravedad a La Tierra. Las máquinas comenzaron a caer desde el cielo a modo de lluvia, estrellándose y reventándose contra el suelo. Macramé fue encontrada ilesa al sur de la Patagonia.

Aunque Macramé estaba feliz por el resultado, observaba en el rostro de la gente un gesto entre temor y preocupación. Aunque habían ganado, lo habían perdido todo. No quedaban en el mundo herramientas para desarrollar ningún trabajo u oficio. La gente también estaba medio_casi desnuda, con sus ropas rotas en jirones y ajadas las vestiduras.

Macramé sabía que no tardarían en volver a ser lo que eran, pero debían comenzar por una cosa en lugar de querer reconstruirlo todo de una vez. Resolvió comenzar por arreglar las ropas de la gente, pero en casa no le quedaba ni una sola aguja. Hizo llamar a su fiel consejero Alf, y encargó a este la misión de encontrar a Espinete.

- Alf. Has de encontrar a Espinete, el amigo de los niños. Él y sólo él podrá ayudarnos.

- ¿Dónde podría encontrarlo?

- Quizá Pingu pueda ayudarnos.

Alf marchó en busca de Pingu al mundo de Plastilina.

- Hola Pingu. Soy Alf, Macramé necesita tu ayuda.

- Mooc, moc. Mooc!

- ¿Sabrías decirme donde podría encontrar a Espinete. El amigo de los niños?

- Moc. Moooc moc moc moooooooooooc.

- Muchas gracias Pingu. No sé como agradecerte esto.

- Mooc.

Alf no perdió ni un segundo y se encaminó hacia la casa de Espinete.

- Hola Espinete. Macramé necesita tu ayuda. Tú y sólo tú puedes ayudarnos.

- ¿Qué necesitas de mí?

- ¿Qué le pasa a tu voz?

- Estoy dejando la harina de Chema, pero me he enganchado al helio. No te preocupes. Habla.

- No sé. Macramé dijo que tú sabrías qué hacer.

- Si se trata de Macramé, seguro que lo que necesita es esto.

Espinete sacó su Libro Gordo de Petete, lo abrió por el centro y de entre las páginas sacó una finísima y deslumbrante aguja de oro.

- Rápido. No te detengas por nada. No hables con nadie. Lleva cuanto antes esta aguja a Macramé. Vigila y ten cuidado, aunque no lo parezca, esta aguja pesará demasiado para alguien como tú. Su poder es inimaginable.

- Inmediatamente Espinete. Muchas gracias por tu ayuda.

- No hay de qué. Parte presto Alf.

En menos de una jornada Alf llegó a casa de Macramé. Golpeó con los nudillos fuertemente la puerta y llamó a gritos a Macramé. Cuando esta salió a recibirlo, encontró a Alf como jamás lo había visto. Estaba encorvado como el puño de una garrota. Su cara mostraba un gesto iracundo y perverso y no cesaba de gritar con una voz de bisagra oxidada:

- No te la puedo dar, es mía. Es mi tesoro. Mi tesoro.

- Alf rápido. Dame esa aguja. Su poder te está consumiendo y pronto sucumbirás a su voluntad.

- No puedo. No quiero. Es mío. Mi tesoro.

Macramé le propinó un fuerte guantazo con la mano abierta estilo Bud Spencer, despertando y arrancando del encantamiento en el que Alf estaba inmerso. Macramé le arrebató de las manos la mágica aguja, y sin perder un segundo, abrió su costurero y sacó de su interior un finísimo también hilo dorado. Enhebró la aguja y la lanzó al cielo pronunciando unas palabras mágicas a modo de sortilegio.

Antes de que cayera la tarde, todo el mundo disfrutaba de ropas como nuevas. Remendadas con tal fineza que apenas si los tejidos recordaban lo ocurrido. Todos los artesanos hicieron lo propio. Cada cual con su principal herramienta en su oficio, y el mundo comenzó a resurgir de sus escombros como una nueva primavera. Para que nadie olvidase lo ocurrido, se levantó una gran piedra en el centro de la plaza de cada pueblo en la que se podía leer:” No hay mejor máquina que la mano humana”.

En estos días que hoy corren; gracias a aquella revolución, aún quedan manos que defienden su oficio, aunque otras estén sometidas y automatizadas. Jamás nunca vencerá el poder contra la imaginación. Jamás nunca podrán hacer ni todas las máquinas unidas del mundo una flor.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Moc, mooc, moc, moooocc
jajajaja.

Cuando leo te recuerdo contando y hasta así no paro de reir.

Huges and kisses!
Sete